lunes, 29 de agosto de 2011

Filosofo y arquitectos (entrevista)

El filósofo y los arquitectos


Jacques Derrida


Entrevista de Hélène Viale, Diagonal, 73, agosto, 1988, pp. 37-39. Edición digital de Derrida en castellano.


Para los jardines temáticos del parque de La Villette, Bernard Tschumi, el arquitecto director de la obra, ha invitado a varios diseñadores: Alexandre Chemetoff, Gines Vexlard, Alain Pelissier. Ha propuesto al arquitecto Peter Eisenman y al filósofo Jacques Derrida trabajar juntos en la realización de un «jardín» sin vegetación; un jardín de piedra y de agua... Hemos pedido a éste que nos hable de su colaboración tan inusual; sobre todo en un país como Francia donde la centralización y la rigidez de las estructuras administrativas y universitarias nada favorecen los intercambios entre actividades diversas. Desde la noción de jardín hasta la de parque urbano en tanto que paisaje contemporáneo, todo está por revisar. ¿Deconstrucción?... ¿Qué ha representado para usted como filósofo ser requerido para participar en un proyecto como éste?


Al principio me sorprendió bastante. Hasta ahora no había tenido relación directa y concreta con el trabajo y la tradición de la arquitectura. Para convencerme, Tschumi me dijo que en su entorno, algunos arquitectos (y en particular Eisenman) se interesaban, por razones teóricas, por mi trabajo sobre la deconstrucción. Le resultaba estimulante intentar hacer algo para poner a prueba en cierta medida esta proximidad, esta referencia. Un poco intimidado por la proposición, creí interesante aceptar e intentarlo.


Háblenos de este encuentro, de esta colaboración con Peter Eisenman.


Coincidí con Eisenman en Nueva York, en el otoño de 1985. En ese momento, yo estaba a punto de escribir un texto sobre la khôra en el Timeo, donde Platón aborda el problema del espacio, del demiurgo arquitecto, del lugar. En griego khôra significa el lugar en general, la localidad, la población. En el texto de Platón, la palabra tiene un significado muy particular, muy complejo, al que intenté dar entonces una interpretación [cf. Khôra, 1993]. Propuse a Eisenman que leyese mi trabajo. Cuando lo vio desde una posición personal, y sin limitarse meramente a ilustrar algo ajeno, contestó a mi texto con un primer esbozo. Luego, a menudo discutimos juntos y con algunos de sus colaboradores sobre esta cuestión del lugar en Platón, de la interpretación del espacio, pero también de las cuestiones prácticas... Todo ello duró cerca de tres años. El plano y la maqueta están terminados. Ahora le corresponde a la administración de La Villette ponerlos en práctica.


En este proyecto se trató del sentido de las formas, de los valores, de las relaciones del hombre con su entorno. ¿Cuáles son las orientaciones específicas del proceso que usted ha desarrollado con el pensamiento?


Es difícil explicarlo sin volver a las premisas de mi propio trabajo y a las del trabajo de Eisenman. Para calificar rápidamente mi tarea podemos hablar de deconstrucción, es decir, de cuestionarse una tradición filosófica en lo que concierne a la relación entre la palabra y la escritura, entre espacio y tiempo, en la que la cultura filosófica occidental jerarquiza -lo que supone también una dimensión política- y da forma definitiva a sus normas y sus valores.

La palabra «deconstrucción» tiene en sí misma connotaciones arquitectónicas. Pero no consiste en destruir para que aparezca un solar desnudo, sino más bien en cuestionar las relaciones entre filosofía y arquitectura, esa metáfora arquitectónica que siempre habla de fundamentos, de arquitectura, etcétera. Desde cierto punto de vista, uno puede quizá sorprenderse al saber que tal pensamiento, tal problemática, esté siendo utilizada por los arquitectos. Pero está empleada por arquitectos como Eisenman, y ellos mismos han intentado desplazar la tradición arquitectónica.


¿También en Le Corbusier y otros más?


Le Corbusier sí. Eisenman tiene un gran respeto por Le Corbusier pero creo que intenta -y también es el movimiento de Tschumi- liberar a la arquitectura de ciertos valores de funcionalidad. La arquitectura debería en sí misma no estar tan sólo orientada ya hacia la utilidad del habitar; naturalmente lo que Eisenman construye debe ser habitable y útil, pero esos valores de habitabilidad y de utilidad no son los que dominan en última instancia la obra o el proyecto. También se trata de liberar a la arquitectura de ciertos valores de la estética. Al final no es la armonía ni la belleza quienes controlan este trabajo, lo cual no significa que el producto deba ser feo sino que, en última instancia, su meta no es estética.


Entonces, ¿qué finalidad tiene?


En cierta manera no existe esa finalidad. Hay un juego. Se trata de situar a la arquitectura en su lugar específico, es decir, en un espacio que no esté subordinado a valores, por ejemplo, utilitarios, estéticos o incluso metafísicos o religiosos. Muy a menudo la arquitectura ha estado controlada por valores religiosos, o bien organizada en torno a motivos políticos. La organización de la ciudad destinada a conmemorar la historia de los héroes se ordena en forma de jerarquía política. Tschumi y Eisenman intentan liberar a la arquitectura de todas esas metas que no son, a decir verdad, arquitectónicas, lo que no quiere decir, por lo tanto (y ahí está la trampa), que intenten restaurar una especie de pureza de la arquitectura. Al mismo tiempo, sitúan lo arquitectónico «propiamente dicho» con respecto a otras artes, a otros lenguajes: en Tschumi, con lo que puede significar una narración cinematográfica; y en Eisenman, hay constantemente un intercambio con el texto literario. Continuamente encontramos una especie de provocación recíproca entre sus proyectos llamados arquitectónicos y otros espacios de invención, digamos de creación.

Según comprendí después, lo que me interesaba en la deconstrucción podía, al mismo tiempo, interesar a los arquitectos, tanto más cuanto había insistido a menudo en que la deconstrucción no es sólo una manera nueva de leer un texto o de analizar conceptos, sino que concernía también a las instituciones, a las estructuras socio-políticas. Todos los arquitectos son gente que para trabajar cuentan con verdaderos poderes económicos y políticos. Es necesario que sus proyectos pasen por un proceso de prueba, que a menudo consiste en una prueba de fuerza, de relación con quienes deciden. En cierta manera, he comprobado que la arquitectura es la forma a la vez más difícil y más efectiva de poner a prueba la deconstrucción.


Este debate entre filosofía y arquitectura ¿participa de la seducción que usted ha podido experimentar por el trabajo de Tschumi y de Eisenman?


Absolutamente. En lo que concierne a Eisenman, aprendí a ver su trabajo de liberar a la arquitectura de su valor de presencia, de su valor del origen; él opera en lo que denomina el «scaling» -un romper la escala-, intentando liberar a la arquitectura de la escala humana, así como de la referencia antropocéntrica, de cierto humanismo, variando ese «scaling» . En el mismo conjunto arquitectónico, modifica las escalas, ya no existe una sola escala, y el hombre no es la medida de esa estructura arquitectónica.


El hombre no es la medida de la arquitectura, ¿constituye el objeto de la filosofía?


Plantear la cuestión del hombre no es simplemente establecer todo a la medida del hombre. Hay un desarreglo, una desmesura en la propia cuestión del hombre.


¿Se trata de una arquitectura que busca más allá del hombre?


No, porque existe una manera de pensar más allá del hombre que todavía permanece centrado en el hombre. No se trata tampoco de una cuestión antihumanista como se ha dicho en alguna ocasión. Se trata, a propósito del lugar del hombre, de la relación hombre-dios, etc., de plantear nuevas cuestiones sobre la manera en que la noción de hombre o el valor del humanismo se ha institucionalizado y ha regido no solamente la filosofía sino también la arquitectura. Tampoco se trata de destruirlo o de quebrarlo, sino de intentar pensar acerca de todo lo ocurrido. De pensarlo no solamente a través de especulaciones conceptuales, sino en la piedra, intentando inventar otra cosa. Esta arquitectura es una arquitectura que plantea el problema de la filosofía. Y lo plantea de otro modo que por medio de un discurso o de una especulación filosófica.


Tschumi le ha pedido un jardín sin vegetación, hecho únicamente de agua y piedra. Existe una proposición que es el pretexto, la anécdota del principio, pero también está Venecia, Canareggio, el Hospital, Le Corbusier, los mataderos de La Villette.


Esto es propiamente la parte de Eisenman. Precisamente para evitar que exista un solo origen o un solo centro, ha imaginado en su proyecto una multiplicidad de capas, de estratos que pueden parecerse a estratos de memorias. El conjunto es una especie de palimpsesto, donde capas de proyectos se superponen, sin que haya uno que sea más fundamental o más fundador que el otro. Existen tres o cuatro de esas capas: el suelo de La Villette, la estratificación de los antiguos mataderos, el proyecto de Eisenman en Venecia. También está la capa «Tschumi» ; y luego se halla la lectura de Platón... Esta relación de Platón con Eisenman es la que propone toda la metáfora, aunque no sea más que una en realidad: la del palimpsesto, la de las inscripciones superpuestas.


También existe ese título de «choral work», ¿cómo lo traduciría en francés?


Yo creía que la música debía también tener su sitio. Cuando Eisenman me propuso intervenir, no solamente por mi texto sobre la khôra, sino también de una manera más inmediatamente arquitectónica, propuse que se inscribiese en algún lugar la forma de la lira, una lira que se asemejase a una criba porque en el texto de Platón hay una criba, un tamiz con las semillas que pasan a través. Eisenman conservó la idea de la música. Ya había hablado de choral work para resaltar la khôra y para resaltar el carácter de concierto... Propuse que fuese simplemente un instrumento de metal, colocado en algún sitio. Pero él ha hecho de la estructura en todo su conjunto una especie de lira inclinada.


Esas diferentes capas, esas diferentes alusiones, esta música, están como inscritas en silencio sobre la piedra.


Son como invitaciones. No están totalmente indeterminadas, uno no puede hacer lo que quiera con ellas; aunque se debería poder hacer mucho más según la imaginación de cada cual.

Uno de los motivos principales de este trabajo de encargo es que este sitio debería ser, en tanto que jardín, no sólo un lugar de paseo que los visitantes puedan cruzarlo sino también un lugar de experiencia, no únicamente como visita estética o de paseo, sino de participación, de intervención por parte del lector-visitante-colaborador. Por lo tanto había que pensar en el paso, en el paseo del visitante, ¿por dónde va a pasar?, ¿qué le invita a hacerlo?; y también, ¿qué es lo que le deja libertad para hacerlo?

Ahí existe una estructura muy complicada. El «visitante» pasa por abajo, ve el otro lado, no se sabe lo que está encima o debajo. Cuando hace un momento le comentaba que no existen fundamentos en el sentido de una capa inferior, significa que el visitante lo ve también desde abajo, pasa por debajo y en un momento determinado, puede ver lo que hay debajo, lo que convierte en más incierto la oposición entre arriba y abajo.


Este jardín está en un parque, un parque urbano. Dejando al margen su participación, ¿qué piensa que puede ser, que debe ser un parque, paisaje urbano, hoy y mañana?


No puedo contestar. No puedo responder de forma abstracta.

Me atrevería a decir que la respuesta ha de ser tan específica cada vez que ni siquiera se puede contestar de la misma manera en Nueva York, para un cierto momento de la historia, en París, para otro diferente, en tal lugar de París o cualquier otro...

Creo que la propia idea de modelo único me parece peligrosa. Propondría esto como una especie de principio general. La catástrofe sería un modelo dominante que intentáramos imponer por doquier, cualquiera que fuesen los contextos urbanos, los contextos políticos.

La idea de parque siempre está por reinventar. Como usted sabe, lo que se llama deconstrucción es una forma de no apegarse a tradición alguna... No sé muy bien lo que es un parque. ¿Qué es un parque?, ¿una ciudad? No se trata de cuestiones filosóficas abstractas. Hablar de un parque urbano, es aún más problemático. Pediría volver a revisarlo todo.


Jacques Derrida

1988

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