jueves, 26 de agosto de 2010

Lectura: Los espacios otros. Heterotopías. Michel Foucault

Michel Foucault - De los espacios otros “Des espaces autres”, Conferencia dicada en el Cercle des études architecturals, 14 de marzo de 1967, publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n 5, octubre de 1984. Traducida por Pablo Blitstein y Tadeo Lima.


La gran obsesión que tuvo el siglo XIX fue, como se sabe, la historia: temas del desarrollo y de la interrupción, temas de la crisis y del ciclo, temas de la acumulación del pasado, gran sobrecarga de los muertos, enfriamiento amenazante del mundo. En el segundo principio de la termodinámica el siglo XIX encontró lo esencial de sus recursos mitológicos. La época actual quizá sea sobre todo la época del espacio. Estamos en la época de lo simultáneo, estamos en la época de la yuxtaposición, en la época de lo próximo y lo lejano, de lo uno al lado de lo otro, de lo disperso. Estamos en un momento en que el mundo se experimenta, creo, menos como una gran vida que se desarrolla a través del tiempo que como una red que une puntos y se entreteje.

Tal vez se pueda decir que algunos de los conflictos ideológicos que animan las polémicas actuales se desarrollan entre los piadosos descendientes del tiempo y los habitantes encarnizados del espacio. El estructuralismo, o al menos lo que se agrupa bajo este nombre algo general, es el esfuerzo por establecer, entre elementos repartidos a través del tiempo, un conjunto de relaciones que los hace aparecer como yuxtapuestos, opuestos, implicados entre sí, en suma, que los hace aparecer como una especie de configuración; y a decir verdad, no se trata de negar el tiempo, sino de una manera de tratar lo que llamamos tiempo y lo que llamamos historia.

Se debe señalar sin embargo que el espacio que aparece hoy en el horizonte de nuestras preocupaciones, de nuestra teoría, de nuestros sistemas no es una innovación; el espacio mismo, en la experiencia occidental, tiene una historia, y no es posible desconocer este entrecruzamiento fatal del tiempo con el espacio. Se podría decir, para trazar muy groseramente esta historia del espacio, que en la Edad Media había un conjunto jerarquizado de lugares: lugares sagrados y lugares profanos, lugares protegidos y lugares por el contrario abiertos y sin prohibiciones, lugares urbanos y lugares rurales (esto en loq ue concierne a la vida real de los hombres). Para la teoría cosmológica, había lugares supracelestes opuestos al lugar celeste; y el lugar celeste se oponía a su vez al lugar terrestre. Estaban los lugares donde las cosas se encontraban ubicadas porque habían sido desplazadas violentamente, y también los lugares donde, por el contrario, las cosas encontraban su ubicación o su reposo naturales. Era esta jerarquía, esta oposición, este entrecruzamiento de lugares lo que constituía aquello que se podría llamar muy groseramente el espacio medieval: un espacio de localización. Este espacio de localización se abrió con Galileo, ya que el verdadero escándalo de la obra de Galileo no es tanto el haber descubierto, o más bien haber redescubierto que la Tierra giraba alrededor del Sol, sino el haber constituido un espacio infinito, e infinitamente abierto; de tal forma que el espacio medieval, de slgún modo, se disolvía, el lugar de una cosa no era más que un punto en su movimiento, así como el reposo de una cosa no era más que su movimiento indefinidamente desacelerado. Dicho de otra manera, a partir de Galileo, a partir del siglo XVII, la extensión sustituye a la localización.


En nuestros días, el emplazamiento sustituye a la extensión que por su cuenta ya había reemplazado a la localización. El emplazamiento se define por las relaciones de proximidad entre puntos o elementos; formalmente, se las puede describir como series, árboles, enrejados.

Por otra parte, es conocida la importancia de los problemas de emplazamiento en la técnica contemporánea: almacenamiento de la información o de los resultados parciales de un cálculo en la memoria de una máquina, circulación de elementos discretos, con salida aleatoria (como los automóviles, simplemente, o los sonidos a lo largo de una línea telefónica), identificación de elementos, marcados o codificados, en el interior de un conjunto que está distribuido al azar, o clasificado en una clasificación unívoca, o clasificado según una clasificación plurívoca, etc. De una manera todavía más concreta, el problema del sitio o del emplazamiento se plantea para los hombres en términos de demografía; y este último problema del emplazamiento humano no plantea simplemente si habrá lugar suficiente para el hombre en el mundo –problema que es después de todo bastante importante–, sino también el problema de qué relaciones de proximidad, qué tipo de almacenamiento, de circulación, de identificación, de clasificación de elementos humanos deben ser tenidos en cuenta en tal o cual situación para llegar a tal o cual fin. Estamos en una época en que el espacio se nos da bajo la forma de relaciones de emplazamientos.


En todo caso, creo que la inquietud actual concierne fundamentalmente al espacio, sin duda mucho más que al tiempo; el tiempo no aparece probablemente sino como uno de los juegos de distribución posibles entre los elementos que se reparten en el espacio.


Ahora bien, a pesar de todas las técnicas que lo invisten, a pesar de toda la red de saber que permite determinarlo o formalizarlo, el espacio contemporáneo tal vez no está todavía enteramente desacralizado –a diferencia sin duda del tiempo, que ha sido desacralizado en el siglo XIX. Es verdad que ha habido una cierta desacralización teórica del espacio (aquella cuya señal es la obra de Galileo), pero tal vez no accedimos aún a una desacralización práctica del espacio. Y tal vez nuestra vida está controlada aún por un cierto número de oposiciones que no se pueden modificar, contra las cuales la institución y la práctica aún no se han atrevido a rozar: oposiciones que admitimos como dadas: por ejemplo, entre el espacio privado y el espacio público, entre el espacio de la familia y el espacio social, entre el espacio cultural y el espacio útil, entre el espacio del ocio y el espacio del trabajo, todas dominadas por una sorda sacralización.


La obra –inmensa– de Bachelard, las descripciones de los fenomenólogos nos han enseñado que no vivimos en un espacio homogéneo y vacío, sino, por el contrario, en un espacio que está cargado de cualidades, un espacio que tal vez esté también visitado por fantasmas; el espacio de nuestra primera percepción, el de nuestras ensoñaciones, el de nuestras pasiones guardan en sí mismos cualidades que son como intrínsecas; es un espacio liviano, etéreo, transparente, o bien un espacio oscuro, rocalloso, obstruido: es un espacio de arriba, es un espacio de las cimas, o es por el contrario un espacio de abajo, un espacio del barro, es un espacio que puede estar corriendo como el agua viva, es un espacio que puede estar fijo, detenido como la piedra o como el cristal.


Sin embargo, estos análisis, aunque fundamentales para la reflexión contemporánea, conciernen sobre todo al espacio del adentro. Es del espacio del afuera que quisiera hablar ahora.
El espacio en el que vivimos, que nos atrae hacia fuera de nosotros mismos, en el que se desarrolla precisamente la erosión de nuestra vida, de nuestro tiempo y de nuestra historia, este espacio que nos carcome y nos agrieta es en sí mismo también un espacio heterogéneo. Dicho de otra manera, no vivimos en una especie de vacío, en el interior del cual podrían situarse individuos y cosas. No vivimos en un vacío diversamente tornasolado, vivimos en un conjunto de relaciones que definen emplazamientos irreductibles los unos a los otros y que no deben superponerse.


Por supuesto, se podría emprender la descripción de estos diferentes emplazamientos, buscando el conjunto de relaciones por el cual se los puede definir. Por ejemplo, describir el conjunto de relaciones que definen los emplazamientos de pasaje, las calles, los trenes (un tren es un extraordinario haz de relaciones, ya que es algo a través de lo cual se pasa, es algo mediante lo cual se puede pasar de un punto a otro y además es también algo que pasa). Se podría describir, por el haz de relaciones que permiten definirlos, estos emplazamientos de detención provisoria que son los cafés, los cines, las playas. Se podría también definir, por su red de relaciones, el emplazamiento de descanso, cerrado o medio cerrado, constituido por la casa, la habitación, la cama, etc. Pero los que me interesan son, entre todos los emplazamientos, algunos que tienen la curiosa propiedad de estar en relación con todos los otros emplazamientos, pero de un modo tal que suspenden, neutralizan o invierten el conjunto de relaciones que se encuentran, por sí mismos, designados, reflejados o reflexionados. De alguna manera, estos espacios, que están enlazados con todos los otros, que contradicen sin embargo todos los otros emplazamientos, son de dos grandes tipos.


Están en primer lugar las utopías. Las utopías son los emplazamientos sin lugar real. Mantienen con el espacio real de la sociedad una relación general de analogía directa o inversa. Es la sociedad misma perfeccionada o es el reverso de la sociedad, pero, de todas formas, estas utopías son espacios fundamental y esencialmente irreales.


También existen, y esto probablemente en toda cultura, en toda civilización, lugares reales, lugares efectivos, lugares que están diseñados en la institución misma de la sociedad, que son especies de contra-emplazamientos, especies de utopías efectivamente realizadas en las cuales los emplazamientos reales, todos los otros emplazamientos reales que se pueden encontrar en el interior de la cultura están a la vez representados, cuestionados e invertidos, especies de lugares que están fuera de todos los lugares, aunque sean sin embargo efectivamente localizables. Estos lugares, porque son absolutamente otros que todos los emplazamientos que reflejan y de los que hablan, los llamaré, por oposición a las utopías, las heterotopías; y creo que entre las utopías y estos emplazamientos absolutamente otros, estas heterotopías, habría sin duda una suerte de experiencia mixta, medianera, que sería el espejo. El espejo es una utopía, porque es un lugar sin lugar. En el espejo, me veo donde no estoy, en un espacio irreal que se abre virtualmente detrás de la superficie, estoy allá, allá donde no estoy, especie de sombra que me devuelve mi propia visibilidad, que me permite mirarme allá donde estoy ausente: utopía del espejo. Pero es igualmente una heterotopía, en la medida en que el espejo existe realmente y tiene, sobre el lugar que ocupo, una especie de efecto de retorno; a partir del espejo me descubro ausente en el lugar en que estoy, puesto que me veo allá. A partir de esta mirada que de alguna manera recae sobre mí, del fondo de este espacio virtual que está del otro lado del vidrio, vuelvo sobre mí y empiezo a poner mis ojos sobre mí mismo y a reconstituirme allí donde estoy; el espejo funciona como una heterotopía en el sentido de que convierte este lugar que ocupo, en el momento en que me miro en el vidrio, en absolutamente real, enlazado con todo el espacio que lo rodea, y a la vez en absolutamente irreal, ya que está obligado, para ser percibido, a pasar por este punto virtual que está allá.


En cuanto a las heterotopías propiamente dichas, ¿cómo se las podría describir, que sentido tienen? Se podría suponer, no digo una ciencia, porque es una palabra demasiado prostituida ahora, sino una especie de descripción sistemática que tuviera por objeto, en una sociedad dada, el estudio, el análisis, la descripción, la “lectura”, como se gusta decir ahora, de estos espacios diferentes, estos otros lugares, algo así como una polémica a la vez mítica y real del espacio en que vivimos; esta descripción podría llamarse la heterotopología. Primer principio: no hay probablemente una sola cultura en el mundo que no constituya heterotopías. Es una constante de todo grupo humano. Pero las heterotopías adquieren evidentemente formas que son muy variadas, y tal vez no se encuentre una sola forma de heterotopía que sea absolutamente universal. Sin embargo es posible clasificarlas en dos grandes tipos.

En las sociedades llamadas “primitivas”, hay una forma de heterotopías que yo llamaría heterotopías de crisis, es decir que hay lugares privilegiados, o sagrados, o prohibidos, reservados a los individuos que se encuentran, en relación a la sociedad y al medio humano en el interior del cual viven, en estado de crisis. Los adolescentes, las mujeres en el momento de la menstruación, las parturientas, los viejos, etc.


En nuestra sociedad, estas heterotopías de crisis están desapareciendo, aunque se encuentran todavía algunos restos. Por ejemplo, el colegio, bajo su forma del siglo XIX, o el servicio militar para los jóvenes jugaron ciertamente tal rol, ya que las primeras manifestaciones de la sexualidad viril debían tener lugar en “otra parte”, diferente de la familia. Para las muchachas existía, hasta mediados del siglo XX, una tradición que se llamaba el “viaje de bodas”; un tema ancestral. El desfloramiento de la muchacha no podía tener lugar “en ninguna parte” y, en ese momento, el tren, el hotel del viaje de bodas eran ese lugar de ninguna parte, esa heterotopía sin marcas geográficas.


Pero las heterotopías de crisis desaparecen hoy y son reemplazadas, creo, por heterotopías que se podrían llamar de desviación: aquellas en las que se ubican los individuos cuyo comportamiento está desviado con respecto a la media o a la norma exigida. Son las casas de reposo, las clínicas psiquiátricas; son, por supuesto, las prisiones, y debería agregarse los geriátricos, que están de alguna manera en el límite de la heterotopía de crisis y de la heterotopía de desviación, ya que, después de todo, la vejez es una crisis, pero igualmente una desviación, porque en nuestra sociedad, donde el tiempo libre se opone al tiempo de trabajo, el no hacer nada es una especie de desviación.


El segundo principio de esta descripción de las heterotopías es que, en el curso de su historia, una sociedad puede hacer funcionar de una forma muy diferente una heterotopía que existe y que no ha dejado de existir; en efecto, cada heterotopía tiene un funcionamiento preciso y determinado en la sociedad, y la misma heterotopía puede, según la sincronía de la cultura en la que se encuentra, tener un funcionamiento u otro.


Tomaré por ejemplo la curiosa heterotopía del cementerio. El cementerio es ciertamente un lugar otro en relación a los espacios culturales ordinarios; sin embargo, es un espacio ligado al conjunto de todos los emplazamientos de la ciudad o de la sociedad o de la aldea, ya que cada individuo, cada familia tiene parientes en el cementerio. En la cultura occidental, el cementerio existió prácticamente siempre. Pero sufrió mutaciones importantes. Hasta el fin del siglo XVIII, el cementerio se encontraba en el corazón mismo de la ciudad, a un lado de la iglesia. Existía allí toda una jerarquía de sepulturas posibles. Estaba la fosa común, en la que los cadáveres perdían hasta el último vestigio de individualidad, había algunas tumbas individuales, y también había tumbas en el interior de la iglesia. Estas tumbas eran de dos especies: podían ser simplemente baldosas con una marca, o mausoleos con estatuas. Este cementerio, que se ubicaba en el espacio sagrado de la iglesia, ha adquirido en las sociedades modernas otro aspecto diferente y, curiosamente, en la época en que la civilización se ha vuelto –como se dice muy groseramente– “atea”, la cultura occidental inauguró lo que se llama el culto de los muertos.

En el fondo, era muy natural que en la época en que se creía efectivamente en la resurrección de los cuerpos y en la inmortalidad del alma no se haya prestado al despojo mortal una importancia capital. Por el contrario, a partir del momento en que no se está muy seguro de tener un alma, ni de que el cuerpo resucitará, tal vez sea necesario prestar mucha más atención a este despojo mortal, que es finalmente el último vestigio de nuestra existencia en el mundo y en las palabras. En todo caso, a partir del siglo XIX cada uno tiene derecho a su pequeña caja para su pequeña descomposición personal; pero, por otra parte, recién a partir del siglo XIX se empezó a poner los cementerios en el límite exterior de las ciudades; correlativamente a esta individualización de la muerte y a la apropiación burguesa del cementerio nació la obsesión de la muerte como “enfermedad”. Se supone que los muertos llevan las enfermedades a los vivos, y que la presencia y la proximidad de los muertos al lado de la casa, al lado de la iglesia, casi en el medio de la calle, propaga por sí misma la muerte. Este gran tema de la enfermedad esparcida por el contagio de los cementerios persistió en el fin del siglo XVIII; y en el transcurso del siglo XIX comenzó su desplazamiento hacia los suburbios. Los cementerios constituyen entonces no sólo el viento sagrado e inmortal de la ciudad, sino “la otra ciudad”, donde cada familia posee su negra morada.

Tercer principio: la heterotopía tiene el poder de yuxtaponer en un solo lugar real múltiples espacios, múltiples emplazamientos que son en sí mismos incompatibles. Es así que el teatro hace suceder sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares que son extraños los unos a los otros; es así que el cine es una sala rectangular muy curiosa, al fondo de la cual, sobre una pantalla bidimensional, se ve proyectar un espacio en tres dimensiones; pero tal vez el ejemplo más antiguo de estas heterotopías (en forma de emplazamientos contradictorios) sea el jardín. No hay que olvidar que el jardín, creación asombrosa ya milenaria, tenía en oriente significaciones muy profundas y como superpuestas. El jardín tradicional de los persas era un espacio sagrado que debía reunir, en el interior de su rectángulo, cuatro partes que representaban las cuatro partes del mundo, con un espacio todavía más sagrado que los otros que era como su ombligo, el ombligo del mundo en su medio (allí estaban la fuente y la vertiente); y toda la vegetación del jardín debía repartirse dentro de este espacio, en esta especie de microcosmos.

En cuanto a las alfombras, ellas eran, en el origen, reproducciones de jardines. El jardín es una alfombra donde el mundo entero realiza su perfección simbólica, y la alfombra, una especie de jardín móvil a través del espacio. El jardín es la parcela más pequeña del mundo y es por otro lado la totalidad del mundo. El jardín es, desde el fondo de la Antigüedad, una especie de heterotopía feliz y universalizante (de ahí nuestros jardines zoológicos).


Cuarto principio: las heterotopías están, las más de las veces, asociadas a cortes del tiempo; es decir que operan sobre lo que podríamos llamar, por pura simetría, heterocronías. La heterotopía empieza a funcionar plenamente cuando los hombres se encuentran en una especie de ruptura absoluta con su tiempo tradicional; se ve acá que el cementerio constituye un lugar altamente heterotópico, puesto que comienza con esa extraña heterocronía que es, para un individuo, la pérdida de la vida, y esa cuasi eternidad donde no deja de disolverse y de borrarse.

En forma general, en una sociedad como la nuestra, heterotopía y heterocronía se organizan y se ordenan de una manera relativamente compleja. Están en primer lugar las heterotopías del tiempo que se acumulan al infinito, por ejemplo los museos, las bibliotecas –museos y bibliotecas son heterotopías en las que el tiempo no cesa de amontonarse y de encaramarse sobre sí mismo, mientras que en el siglo XVII, hasta fines del XVII incluso, los museos y las bibliotecas eran la expresión de una elección. En cambio, la idea de acumular todo, la idea de constituir una especie de archivo general, la voluntad de encerrar en un lugar todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas, todos los gustos, la idea de constituir un lugar de todos los tiempos que esté fuera del tiempo, e inaccesible a su mordida, el proyecto de organizar así una suerte de acumulación perpetua e indefinida del tiempo en un lugar inamovible... todo esto pertenece a nuestra modernidad. El museo y la biblioteca son heterotopías propias de la cultura occidental del siglo XIX.


Frente a estas heterotopías, ligadas a la acumulación del tiempo, se hallan las heterotopías que están ligadas, por el contrario, al tiempo en lo que tiene de más fútil, de más precario, de más pasajero, según el modo de la fiesta. Son heterotopías no ya eternizantes, sino absolutamente crónicas. Tales son las ferias, esos maravillosos emplazamientos vacíos en el límite de las ciudades, que una o dos veces al año se pueblan de puestos, de barracones, de objetos heteróclitos, de luchadores, de mujeres-serpiente, de adivinas. Muy recientemente también, se ha inventado una nueva heterotopía crónica: las ciudades de veraneo; esas aldeas polinesias que ofrecen tres cortas semanas de desnudez primitiva y eterna a los habitantes de las ciudades; y ustedes ven por otra parte que acá se juntan las dos formas de heterotopías, la de la fiesta y la de la eternidad del tiempo que se acumula: las chozas de Djerba son en un sentido parientes de las bibliotecas y los museos, pues en el reencuentro de la vida polinesia, el tiempo queda abolido, pero es también el tiempo recobrado, toda la historia de la humanidad remontándose desde su origen como en una especie de gran saber inmediato.


Quinto principio: las heterotopías suponen siempre un sistema de apertura y uno de cierre que, a la vez, las aíslan y las vuelven penetrables. En general, no se accede a un emplazamiento heterotópico como accedemos a un molino. O bien uno se halla allí confinado –es el caso de las barracas, el caso de la prisión– o bien hay que someterse a ritos y a purificaciones. Sólo se puede entrar con un permiso y una vez que se ha completado una serie de gestos. Existe, por otro lado, heterotopías enteramente consagradas a estas actividades de purificación, medio religiosa, medio higiénica, como los hammam musulmanes, o bien purificación en apariencia puramente higiénica, como los saunas escandinavos.


Existen otras, al contrario, que tienen el aire de puras y simples aberturas, pero que, en general, ocultan curiosas exclusiones. Todo el mundo puede entrar en los emplazamientos heterotópicos, pero a decir verdad, esto es sólo una ilusión: uno cree penetrar pero, por el mismo hecho de entrar, es excluido. Pienso, por ejemplo, en esas famosas habitaciones que existían en las grandes fincas del Brasil, y en general en Sudamérica. La puerta para acceder a ellas no daba a la pieza central donde vivía la familia, y todo individuo que pasara, todo viajero tenía el derecho de franquear esta puerta, entrar en la habitación y dormir allí una noche. Ahora bien, estas habitaciones eran tales que el individuo que pasaba allí no accedía jamás al corazón mismo de la familia, era absolutamente huésped de pasada, no verdaderamente un invitado. Este tipo de heterotopía, que hoy prácticamente ha desaparecido en nuestras civilizaciones, podríamos tal vez reencontrarlo en las famosas habitaciones de los moteles americanos, donde uno entra con su coche y con su amante y donde la sexualidad ilegal se encuentra a la vez absolutamente resguardada y absolutamente oculta, separada, y sin embargo dejada al aire libre.


Finalmente, la última nota de las heterotopías es que son, respecto del espacio restante, una función. Ésta se despliega entre dos polos extremos. O bien tienen por rol crear un espacio de ilusión que denuncia como más ilusorio todavía todo el espacio real, todos los emplazamientos en el interior de los cuales la vida humana está compartimentada (tal vez sea éste el rol que durante mucho tiempo jugaran las casas de tolerancia, rol del que se hallan ahora privadas); o bien, por el contrario, crean otro espacio, otro espacio real, tan perfecto, tan meticuloso, tan bien ordenado, como el nuestro es desordenado, mal administrado y embrollado. Ésta sería una heterotopía no ya de ilusión, sino de compensación, y me pregunto si no es de esta manera que han funcionado ciertas colonias. En ciertos casos, las colonias han jugado, en el nivel de la organización general del espacio terrestre, el rol de heterotopía. Pienso por ejemplo, en el momento de la primer ola de colonización, en el siglo XVII, en esas sociedades puritanas que los ingleses fundaron en América y que eran lugares otros absolutamente perfectos.

Pienso también en esas extraordinarias colonias jesuíticas que fueron fundadas en Sudamérica: colonias maravillosas, absolutamente reglamentadas, en las que se alcanzaba efectivamente la perfección humana. Los jesuitas del Paraguay habían establecido colonias donde la existencia estaba reglamentada en cada uno de sus puntos. La aldea se repartía según una disposición rigurosa alrededor de una plaza rectangular al fondo de la cual estaba la iglesia; a un costado, el colegio, del otro, el cementerio, y, después, frente a la iglesia se abría una avenida que otra cruzaría en ángulo recto. Las familias tenían cada una su pequeña choza a lo largo de estos ejes y así se reproducía exactamente el signo de Cristo. La cristiandad marcaba así con su signo fundamental el espacio y la geografía del mundo americano.


La vida cotidiana de los individuos era regulada no con un silbato, pero sí por las campanas. Todo el mundo debía despertarse a la misma hora, el trabajo comenzaba para todos a la misma hora; la comida a las doce y a las cinco; después uno se acostaba y a la medianoche sonaba lo que podemos llamar la diana conyugal. Es decir que al sonar la campana cada uno cumplía con su deber. Casas de tolerancia y colonias son dos tipos extremos de heterotopía, y si uno piensa que, después de todo, el barco es un pedazo flotante de espacio, un lugar sin lugar, que vive por él mismo, que está cerrado sobre sí y que al mismo tiempo está librado al infinito del mar y que, de puerto en puerto, de orilla en orilla, de casa de tolerancia en casa de tolerancia, va hasta las colonias a buscar lo más precioso que ellas encierran en sus jardines, ustedes comprenden por qué el barco ha sido para nuestra civilización, desde el siglo XVI hasta nuestros días, a la vez no solamente el instrumento más grande de desarrollo económico (no es de eso de lo que hablo hoy), sino la más grande reserva de imaginación. El navío es la heterotopía por excelencia. En las civilizaciones sin barcos, los sueños se agotan, el espionaje reemplaza allí la aventura y la policía a los corsarios.

jueves, 15 de abril de 2010

CIUDAD GENÉRICA

"La Ciudad Genérica", Rem Koolhaas, en SMLXL.


1. Introducción


1.1. ¿Son las ciudades contemporáneas tan similares entre sí como los son los aeropuertos? ¿Hay base teórica para definir una convergencia a un modelo único? ¿Y si es así, a qué configuración final vamos? La convergencia hacia un modelo único sólo es posible si la ciudad se despoja de su identidad, lo que tradicionalmente se ha considerado de forma negativa. Pero está ocurriendo a gran escala, lo que quiere decir algo. ¿Cuáles son las desventajas de la identidad, y a la inversa, cuáles son las ventajas de la inexpresividad? ¿Que ocurre si esta homogeneización aparentemente accidental -y usualmente lamentada- fuese un proceso intencional, un movimiento que se aleja conscientemente de lo diferente para tender hacia lo unitario? ¿Cómo saber si estamos siendo testigos de un movimiento global de liberación bajo el lema "¡Abajo lo característico!"? ¿Qué quedará después de que la ciudad se haya despojado de su identidad? ¿Será lo Genérico?

1.2. Desde un punto de vista contemporáneo no percibimos nuestra contribución a la identidad urbana, porque dicha identidad deriva de la sustancia física, de lo histórico, del contexto, de lo real. Pero como el crecimiento humano es exponencial, el pasado se terminará volviendo demasiado "pequeño" para ser habitado y compartido por aquellos que estén vivos. Nosotros mismos agotamos el pasado. Hasta tanto la historia encuentre su depósito en la arquitectura, inevitablemente las cantidades humanas actuales reventarán y reducirán la substancia previa. La identidad, concebida como ésta forma de compartir el pasado, es una propuesta destinada al fracaso: en un modelo estable de continua expansión de la población, no sólo hay proporcionalmente cada vez menos que compartir, sino que la historia también tiene una ingrata vida a medias. Como se abusa más de ella, se vuelve menos significativa, al punto que sus derogatorios panfletos se tornan insultantes. Esta disolución es exacerbada por la masa de turistas en constante aumento, una avalancha que, en una búsqueda perpetua de "carácter", va moliendo las identidades exitosas, hasta convertirlas en un polvillo insignificante.

1.3. La identidad es como una trampa para ratones en la que más y más ratones tienen que compartir la carnada original, y que, inspeccionada más de cerca, puede haber estado vacía desde hace siglos. Cuanto más fuerte es la identidad, más encarcela, más resiste la expansión, la interpretación, la renovación, la contradicción. La identidad se vuelve como un faro -fijo, sobredeterminado: puede cambiar su posición o patrón que emite solamente a costa de desestabilizar la navegación. (París sólo puede volverse más parisina -ya está en camino de convertirse en hiper-París, una pulida caricatura. Hay excepciones: Londres -su única identidad es una carencia de identidad clara- está perpetuamente volviéndose aun menos Londres, más abierta, menos estática.)

1.4. La identidad centraliza; insiste en una esencia, un punto. Su tragedia se da en simples términos geométricos. Mientras la esfera de influencia se expande, el área caracterizada por el centro se vuelve más y más grande, diluyendo desesperanzadamente tanto la fuerza como la autoridad del núcleo; inevitablemente, la distancia entre el centro y la circunferencia se incrementa hasta el punto de ruptura. En esta perspectiva, el reciente y tardío descubrimiento de la periferia como una zona de valor potencial -una especie de condición prehistórica que podría finalmente ser digna de la atención arquitectónica- sólo es una disimulada insistencia sobre la prioridad y dependencia del centro: sin centro, no hay periferia; el interés en el primero presumiblemente compensa por el vacío del último. Conceptualmente huérfana, la condición de la periferia empeora por el hecho de que su madre todavía está viva, robándose el show, acentuando las deficiencias de la cría. Los últimas vibraciones que emanan del exhausto centro impiden la lectura de la periferia como una masa crítica. No sólo el centro es, por definición, demasiado pequeño para realizar sus tareas asignadas, tampoco es más el centro real sino un espejismo marchito camino a la implosión; aun así, su presencia ilusoria deniega al resto de la ciudad su legitimidad. (Manhattan denigra como "gente de puente y túnel" a aquellos que necesitan apoyo infraestructural para entrar en la ciudad, y les hace pagar por ello.) La persistencia de la actual obsesión concéntrica nos hace a todos gente de puente y túnel, ciudadanos de segunda clase en nuestra propia civilización, privados de ciudadanía por la muda coincidencia de nuestro colectivo exilio del centro.

1.5. En nuestra programación concéntrica (el autor pasó parte de su juventud en Amsterdam, la ciudad de la última centralidad) la insistencia en el centro como el núcleo del valor y el significado, fuente de toda significación, es doblemente destructiva -no sólo el volumen siempre en aumento de las dependencias es a fin de cuentas una tensión intolerable, supone también que el centro tiene que ser constantemente mantenido, es decir, modernizado. Como "el lugar más importante", paradójicamente tiene que ser, al mismo tiempo, el más viejo y el más nuevo, el más estático y el más dinámico; soporta la adaptación más intensa y más constante, la cual luego se ve comprometida y complicada por el hecho de que tiene que ser una transformación inadvertida, invisible al ojo desnudo. (La ciudad de Zurich ha encontrado la solución más radical y costosa en la vuelta a una suerte de arqueología en reversa: capa sobre capa de nuevas modernidades -centros comerciales, aparcamientos, bancos, bóvedas, laboratorios- se construyen debajo del centro. El centro ya no se amplía hacia fuera o hacia el cielo, sino hacia el interior, hacia el centro de la tierra misma.) Del injerto de más o menos discretas arterias de tráfico, circunvalaciones, túneles subterráneos y la construcción de cada vez más tangenciales, a la transformación de rutina de viviendas en oficinas, almacenes en lofts, iglesias abandonadas en nightclubs; de las bancarrotas en serie y las subsiguientes reinauguraciones de unidades específicas en recintos de compras cada vez más costosos, a la implacable conversión del espacio utilitario en espacio "público", la peatonalización, la creación de parques nuevos, plantando, conectando, exponiendo la restauración sistemática de la mediocridad histórica, toda autenticidad es implacablemente evacuada.

1.6. La Ciudad Genérica es la ciudad liberada del cautiverio del centro, de la camisa de fuerza de la identidad. La Ciudad Genérica rompe con este destructivo ciclo de dependencia: no es nada sino un reflejo de la actual necesidad y la actual habilidad. Es la ciudad sin historia. Es suficientemente grande como para todos. Es sencillo. No necesita mantenimiento. Si se torna demasiado pequeña simplemente se expande. Si se torna vieja simplemente se autodestruye y se renueva. Es interesante -o no interesante- en todas partes por igual. Es "superficial" -como un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada lunes por la mañana.



2. ESTADÍSTICAS

2.1. La Ciudad Genérica ha crecido dramáticamente durante las últimas décadas. No sólo se ha incrementado su tamaño, sus números también lo han hecho. A comienzos de los setenta fue habitada por un promedio de 2,5 millones de residentes oficiales (y mas de 500.000 no oficiales); ahora se mantiene alrededor de la marca de los 15 millones.

2.2. ¿La Ciudad Genérica comenzó en América? ¿Es tan profundamente poco original que sólo puede ser importada? En cualquier caso, la Ciudad Genérica ahora también existe en Asia, Europa, Australia, África. El definitivo movimiento alejándose del campo, de la agricultura, hacia la ciudad no es un movimiento hacia la ciudad como el que conocíamos: es una mudanza a la Ciudad Genérica, la ciudad tan extendida que ha llegado al campo.

2.3. Algunos continentes, como Asia, aspiran a la Ciudad Genérica; otros se avergüenzan de ella. Porque tiende hacia lo tropical -convergiendo en torno al Ecuador-, una gran proporción de las Ciudades Genéricas es asiática -aparentemente una contradicción de términos: lo sobre-familiar habitado por lo inescrutable. Un día, este producto desechado de la civilización occidental será absolutamente exótico otra vez, a través de la resemantización que su misma diseminación trae en su estela.

2.4. A veces una singular ciudad vieja, como Barcelona, al sobresimplificar su identidad se vuelve Genérica. Se vuelve transparente, como un logo. Lo contrario nunca sucede... por lo menos no todavía.



3. GENERAL

3.1. La Ciudad Genérica es lo que queda después de que grandes secciones de la vida urbana se cruzaron en el Ciberespacio. Es un lugar de sensaciones débiles y distendidas, pocas emociones y alejadas entre sí, discreto y misterioso como un gran espacio iluminado por un velador. Comparada con la ciudad clásica, la Ciudad Genérica es sedada, percibida usualmente desde una posición sedentaria. En lugar de concentración -presencia simultánea-, en la Ciudad Genérica los "momentos" individuales están muy espaciados entre sí para crear un trance de experiencias estéticas casi inadvertibles: las variaciones de color en la iluminación fluorescente de un edificio de oficinas momentos antes de la puesta del sol, las sutilezas de los blancos ligeramente diferentes de un cartel iluminado en la noche. Como comida japonesa, las sensaciones pueden ser reconstituidas e intensificadas en la mente, o no -simplemente se pueden ignorar. (Hay una opción.) Esta carencia generalizada de urgencia e insistencia actúa como una droga potente; induce una alucinación de lo normal.

3.2. En una reversión drástica de lo que supuestamente es la principal característica de la ciudad -"los negocios "-, la sensación dominante de la Ciudad Genérica es una calma espeluznante: cuanto más calma es, más se aproxima al estado puro. La Ciudad Genérica se refiere a los "males" que se atribuyeron a la ciudad tradicional antes de que nuestro amor por ella se volviera incondicional. La serenidad de la Ciudad Genérica se alcanza a través de la evacuación de la esfera pública, como en un simulacro de emergencia de incendio. El plano urbano ahora sólo acoge el movimiento necesario, fundamentalmente el auto; las carreteras son una versión superior de los bulevares y las plazas, tomando más y más espacio; su diseño, aparentemente aspirando a la eficiencia automovilística, es de hecho sorprendentemente sensual, una pretensión utilitaria que introduce el dominio del espacio nómada. Lo que es nuevo en este campo público locomotor es que no puede ser medido en dimensiones. El mismo tramo (digamos, unas diez millas) rinde un número vasto de experiencias completamente diferentes: puede durar cinco minutos o cuarenta; puede ser compartido con casi nadie, o con la población entera; puede producir el placer absoluto de la pura velocidad no-adulterada -hasta qué punto la sensación de la Ciudad Genérica puede incluso volverse más intensa o por lo menos adquirir densidad- o momentos completamente claustrofóbicos de detenimiento- hasta qué punto la esbeltez de la Ciudad Genérica está en lo más evidente de ella.

3.3. La Ciudad Genérica es fractal, una repetición sin fin del mismo módulo estructural simple; es posible reconstruirla desde su entidad más pequeña, un PC, quizá incluso desde un diskette.

3.4. Los Campos de golf son todo lo que queda de lo otro.

3.5. La Ciudad Genérica tiene números de teléfono fáciles, no los duros ejercicios de flexión del lóbulo-frontal de diez cifras de la ciudad tradicional, sino versiones más fluidas, sus números el medio idénticos, por ejemplo.

3.6. Su atractivo principal es su anomia.



4. AEROPUERTO

4.1. Antes manifestaciones de la última neutralidad, los aeropuertos están ahora entre los elementos característicos más singulares de la Ciudad Genérica, su vehículo más fuerte de diferenciación. Tienen que serlo, siendo todo lo que la persona promedio tiende a experimentar de una ciudad particular. Como una drástica muestra de perfume, los fotomurales, la vegetación, los trajes locales dan un primer soplo concentrado de la identidad local (a veces es también el último). Lejano, confortable, exótico, polar, regional, del Este, rústico, nuevo, incluso "sin descubrir": ésos son los registros emocionales invocados. Así cargados conceptualmente, los aeropuertos se convierten en signos emblemáticos estampados en el inconsciente colectivo global en las manipulaciones salvajes de sus atractores no atávicos -las compras libres de impuestos, las cualidades espaciales espectaculares, la frecuencia y confiabilidad de sus conexiones a otros aeropuertos. En términos de su iconografía/performance, el aeropuerto es un concentrado de lo hiper-local y lo hiper-global -hiper-global en el sentido de que puedes conseguir allí mercancías que incluso no están disponibles en la ciudad, hiper-local en el sentido que puedes conseguir allí las cosas que no consigues en ninguna otra parte.

4.2. La tendencia en gestalt de aeropuertos es hacia una autonomía cada vez más grande: incluso a veces prácticamente no tienen relación con una Ciudad Genérica específica. Volviéndose más y más grandes, equipados con más y más instalaciones sin relación con el viajar, van en camino a reemplazar a la ciudad. La condición de en-tránsito se está volviendo universal. Juntos, los aeropuertos contienen poblaciones de millones -además de la más grande planta diaria de empleados. Por lo completo de sus instalaciones, son como distritos de la Ciudad Genérica, incluso a veces su razón de ser (¿su centro?), con el atractivo agregado de ser sistemas herméticos de los cuales no hay escape -excepto a otro aeropuerto.

4.3. La edad de la Ciudad Genérica se puede reconstruir a partir de una lectura minuciosa de su geometría de aeropuerto. Planta hexagonal (penta o heptagonal en casos excepcionales): años sesenta. Planta y sección ortogonal: setenta. Ciudad Collage: ochenta. Una sola sección curvada, extrudida infinitamente en una planta lineal: probablemente noventa. (Su estructura ramificándose como un roble: Alemania.)

4.4. Los aeropuertos vienen en dos tamaños: demasiado grande y demasiado pequeño. Aun así su tamaño no tiene ninguna influencia en su funcionamiento. Esto sugiere que el aspecto más intrigante de todas las infraestructuras es su elasticidad esencial. Calculados con exactitud para lo numerado -pasajeros por año- son invadidos por lo innumerable y sobreviven, exigidos hasta la última indeterminación.



5. POBLACIÓN

5.1. La Ciudad Genérica es verdaderamente multirracial; en promedio 8% negro, 12% blanco, 27% Hispano, 37% Chino/Asiático, 6% indeterminado, 10% otros. No solamente multirracial, también multicultural. Eso es por lo que no es ninguna sorpresa ver templos entre las placas, dragones en los bulevares principales, Budas en el distrito central de negocios.

5.2. La Ciudad Genérica siempre es fundada por gente en movimiento, prestos a seguir moviéndose. Esto explica la insubstancialidad de sus cimientos. Como las grumos que se forman repentinamente en un líquido claro al juntar dos sustancias químicas, para acumularse eventualmente en un incierto montón en el fondo, la colisión o confluencia de dos migraciones -por ejemplo, emigrados cubanos que van hacia el norte y jubilados judíos que van hacia sur, ambos, a fin de cuentas, camino a algún otro lugar -establece, de la nada, un asentamiento. Una Ciudad Genérica ha nacido.



6. URBANISMO

6.1. La gran originalidad de la Ciudad Genérica es simplemente abandonar lo que no funciona -aquello que ha sobrevivido a su uso- para romper el techo del idealismo con los martillos perforadores del realismo y aceptar lo que sea que crezca en su lugar. En ese sentido, la Ciudad Genérica acoge tanto a lo primordial como a lo futurístico -en realidad, sólo estos dos. La Ciudad Genérica es todo lo que queda de lo que la ciudad solía ser. La Ciudad Genérica es la post-ciudad que se está preparando en el sitio de la ex-ciudad.

6.2. La Ciudad Genérica se mantiene unida, no por una esfera pública sobrexigente -progresivamente degradada en una secuencia sorprendentemente larga, en la que el Foro Romano es al ágora griego lo que el centro comercial es a la calle principal- sino por lo residual. En el modelo original de los modernos, lo residual era simplemente verde, su controlada pulcritud una moralizadora afirmación de las buenas intenciones, desalentadora asociación, uso. En la Ciudad Genérica, porque la corteza de su civilización es tan delgada, y a través de su tropicalidad inmanente, lo vegetal es transformado en Residuo Edénico, el portador principal de su identidad: un híbrido de política y paisaje. Al mismo tiempo refugio de lo ilegal, lo incontrolable, y sujeto de manipulación infinita, representa un triunfo simultáneo de lo estilizado y lo primitivo. Su inmoral exuberancia compensa por las otras pobrezas de la Ciudad Genérica. Totalmente inorgánica, lo orgánico es el mito genérico más potente de la Ciudad Genérica.

6.3. La calle ha muerto. Ese descubrimiento ha coincidido con frenéticos intentos de resucitación. El arte público está en todas partes -como si dos muertes hicieran una vida. La peatonalización -pensada para preservar- meramente canaliza el flujo de aquellos condenados a destruir con sus pies el objeto de su pretendida reverencia.

6.4. La Ciudad Genérica va en camino desde la horizontalidad a la verticalidad. El rascacielos parece que fuera a ser la tipología final y definitiva. Se ha tragado todo lo demás. Puede existir en cualquier lugar: en un campo de arroz, o en el centro de la ciudad- ya no hace diferencia alguna. Las torres ya no están juntas; están espaciadas de modo que no interactúan. Densidad en aislamiento es el ideal.

6.5. La vivienda no es un problema. O se ha solucionado completamente o se ha abandonado totalmente a su suerte; en el primer caso es legal, en el segundo "ilegal"; en el primer caso, torres o, generalmente, placas (cuanto mucho, de 15 metros de profundidad); en el segundo (en perfecta complementariedad), una corteza de casuchas improvisadas. Una solución consume el cielo, la otra el suelo. Es extraño que aquellos con menos dinero habiten el artículo más costoso -la tierra; quienes pagan, lo que es gratis -el aire. En cualquier caso, la vivienda demuestra ser sorprendentemente adaptable -no sólo la población se duplica cada tantos años, sino también, con el relajamiento del dominio de las diversas religiones, el número medio de inquilinos por unidad se reduce a la mitad -a través del divorcio y otros fenómenos que dividen a la familia- con la misma frecuencia que la población de la ciudad se duplica; mientras sus números se inflan, la densidad de la Ciudad Genérica está perpetuamente en disminución.

6.6. Todas las Ciudades Genéricas surgen de la tabula rasa; si no había nada, ahora ellas están allí; si había algo, lo reemplazaron. Deben hacerlo, de lo contrario serían históricas.

6.7. El Paisaje Urbano Genérico es usualmente una amalgama de secciones excesivamente ordenadas -que datan desde casi el principio de su desarrollo, cuando "el poder" aún no se había diluido- y de disposiciones cada vez más libres en todas los otros sectores.

6.8. La Ciudad Genérica es la apoteosis del concepto de opción múltiple: todas las casillas marcadas, una antología de todas las opciones. La Ciudad Genérica ha sido usualmente "planificada"; no en el sentido habitual de una cierta organización burocrática que controla su desarrollo, sino como si diversos ecos, esporas, tropos, semillas cayeran en la tierra al azar como en la naturaleza, se arraigaran -explotando la fertilidad natural del terreno- y ahora formaran un conjunto: una pileta arbitraria de genes que a veces produce resultados asombrosos.

6.9. La escritura de la ciudad puede ser indescifrable, defectuosa, pero eso no significa que no haya escritura; simplemente puede ser que desarrollamos un nuevo analfabetismo, una nueva ceguera. La detección paciente revela los temas, partículas, filamentos que pueden ser aislados de la aparente turbiedad de esta sopa wagneriana : notas dejadas en una pizarra hace 50 años por un genio de visita, reportes multicopiados de la O.N.U. que se desintegran en su silo de cristal de Manhattan, descubrimientos de antiguos pensadores coloniales con buen ojo para el clima, impredecibles rebotes de la enseñanza del diseño fortaleciéndose como un proceso de lavado global.

6.10. La mejor definición de la estética de la Ciudad Genérica es "free style" ¿Cómo describirla? Imagina un espacio abierto, un claro en el bosque, una ciudad nivelada. Hay tres elementos: caminos, edificios, y naturaleza; coexisten en relaciones flexibles, aparentemente sin razón, en una diversidad organizacional espectacular. Cualquiera de los tres puede dominar: a veces se pierde el "camino" - para encontrarte deambulando en un desvío incomprensible; algunas veces no ves ningún edificio, solamente naturaleza; luego, de modo igualmente imprevisible, estás rodeado sólo por edificio. En ciertos puntos espantosos, los tres están ausentes simultáneamente. En estos "sitios" (en realidad, ¿que es lo opuesto de un sitio? Son como agujeros taladrados a través del concepto de ciudad) el arte público emerge como el monstruo del Lago Ness, figurativo y abstracto en partes iguales, generalmente autolimpiante.

6.11. Ciudades específicas todavía discuten seriamente los errores de los arquitectos -por ejemplo, sus propuestas de crear redes peatonales elevadas con tentáculos que llevan de un bloque al siguiente como solución a la congestión- pero la Ciudad Genérica simplemente disfruta de las ventajas de sus invenciones: explanadas, puentes, túneles, autopistas -una enorme proliferación de parafernalia de la conexión- frecuentemente cubiertos con helechos y flores como si se quisiera rechazar el pecado original, creando una congestión vegetal más grave que una película de ciencia-ficción de los cincuenta.

6.12. Las calles sólo son para los autos. Los peatones son llevados en recorridos (como en un parque de atracciones), en "paseos" que los elevan del suelo, sometiéndolos después a un catálogo de condiciones exageradas -viento, calor, inclinación, frío, interior, exterior, olores, gases- en una secuencia que es una caricatura grotesca de la vida en la ciudad histórica.

6.13. Hay horizontalidad en la Ciudad Genérica, pero se está acabando. Consiste en historia que todavía no se ha borrado o en enclaves tipo Tudor que se multiplican alrededor del centro como emblemas recientemente acuñados de la preservación.

6.14. Irónicamente, aunque nueva en sí misma, la Ciudad Genérica está rodeada por una constelación de New Towns: las New Towns son como anillos anuales de crecimiento. De algún modo, las ciudades nuevas envejecen muy rápidamente, como un viejo niño de cinco años desarrolla arrugas y artritis a través de la enfermedad llamada progeria.

6.15. La Ciudad Genérica presenta la muerte final del planeamiento. ¿Por qué? No porque no sea planificada -de hecho, los enormes universos complementarios de los burócratas y promotores inmobiliarios concentran inimaginables flujos de energía y dinero en su realización; por el mismo dinero, sus planicies podrían ser fertilizadas con diamantes, sus campos de barro pavimentados con ladrillos del oro... Pero su descubrimiento más peligroso y más euforizante es que planificar no establece diferencia alguna. Los edificios se pueden ubicar bien (una torre cerca de una estación del metro) o mal (centros enteros a millas de cualquier camino). Florecen/perecen imprevisiblemente. Las redes son sobre-exigidas, envejecen, se pudren, se vuelven obsoletas; las poblaciones se duplican, triplican, cuadruplican, desaparecen repentinamente. La superficie de la ciudad estalla, la economía se acelera, se retrasa, revienta, colapsa. Como antiguas madres que aún alimentan titánicos embriones, ciudades enteras se construyen sobre infraestructuras coloniales de las que los opresores se llevaron los trazados a casa. Nadie sabe dónde, cómo, desde cuándo las cloacas funcionan, la localización exacta de las líneas telefónicas, cuál fue la razón para la posición del centro, dónde terminan los ejes monumentales. Todo lo que esto prueba es que hay infinitos márgenes escondidos, depósitos colosales de desidia, un perpetuo proceso orgánico de adaptación, estándares, comportamiento; las expectativas cambian con la inteligencia biológica del animal más alerta. En esta apoteosis de la multiple-choice nunca será posible reconstruir causa y efecto de nuevo. Funcionan -eso es todo.

6.16. La aspiración de la Ciudad Genérica a la tropicalidad implica automáticamente el rechazo de cualquier referencia remanente de la ciudad como fortaleza, como ciudadela; es abierta y se acomoda como un bosque de manglar.



7. POLÍTICA

7.1. La Ciudad Genérica tiene una relación (a veces distante) con un régimen más o menos autoritario -local o nacional. Generalmente los "colegas" del "líder" -quienquiera que sea- decidían desarrollar un trozo de centro o periferia, o incluso empezar una ciudad nueva en el medio de la nada, y así se desencadenaba el boom que puso a la ciudad en el mapa.

7.2. Muy a menudo, el régimen ha evolucionado hasta un grado sorprendente de invisibilidad, como si, a través de su misma permisividad, la Ciudad Genérica resistiera lo dictatorial.



8. SOCIOLOGÍA

8.1. Es muy sorprendente que el triunfo de la Ciudad Genérica no haya coincidido con el triunfo de la sociología -una disciplina cuyo "campo" ha sido extendido por la Ciudad Genérica más allá de su imaginación más salvaje. La Ciudad Genérica es sociología, sucediendo. Cada Ciudad Genérica es un plato de piedra o una pizarra infinitamente paciente, en la que casi cualquier hipótesis puede ser "probada" y luego borrada, para nunca reverberar otra vez en las mentes de sus autores o sus audiencias.

8.2. Claramente, hay una proliferación de comunidades -un zapping sociológico- que se resiste a una única interpretación que se imponga. La Ciudad Genérica está distendiendo todas las estructuras que en el pasado hicieron que todo se mantuviera unido.

8.3. Además de infinitamente paciente, la Ciudad Genérica es también persistente en su resistencia a la especulación: prueba que la sociología puede ser el peor sistema para capturar sociología cuando esta haciendose. Despista toda crítica establecida. Aporta enormes cantidades de evidencia a favor y -en cantidades aun más impresionantes- en contra de cada hipótesis. En A los bloques de torres llevan al suicidio; en B, a la felicidad para siempre. En C se ven como el primer escalón hacia la emancipación (no obstante, presumiblemente bajo cierta clase de "presión" invisible); en D, simplemente como passé. Construidos en números inimaginables en K, están siendo explotados en L. La creatividad es inexplicablemente alta en E; inexistente en F. G es un mosaico étnico uniforme; H está perpetuamente a merced del separatismo, sino está al borde de la guerra civil. El modelo Y nunca perdurará a causa de sus andanzas con la estructura familiar, pero Z florece -una palabra que ningún académico aplicaría nunca a actividad alguna en la Ciudad Genérica- debido a esto. La religión es minada en V, sobrevive en W, es transmutada en X.

8.4. Extrañamente, nadie ha pensado que, acumulativamente, las interminables contradicciones de estas interpretaciones prueban la riqueza de la Ciudad Genérica; ésa es la única hipótesis que ha sido eliminada por adelantado.



9. DISTRITOS

9.1. Siempre hay un distrito llamado Lipservice, donde se preserva un mínimo de pasado: generalmente tiene un viejo tren/tranvía o un autobús de dos pisos que lo recorre, haciendo sonar inquietantes campanas -versiones domesticadas del buque fantasma de El Holandés Errante. Sus cabinas de teléfono son rojas y transplantadas desde Londres, o equipadas con pequeños techos chinos. Lipservice -también llamado Afterthought, Waterfront, Too Late, 42nd Street, o simplemente el Village, o incluso Underground - es una elaborada operación mítica: celebra el pasado sólo como puede hacerlo lo recientemente concebido. Es una máquina.

9.2. Una vez, la Ciudad Genérica tuvo un pasado. En su tendencia por destacarse, grandes secciones de ella de algún modo desaparecieron, primero sin lamentos -al parecer el pasado era asombrosamente insalubre, incluso peligroso- luego, sin advertencia, el alivio se tornó arrepentimiento. Ciertos profetas -largo pelo blanco, medias grises, sandalias- habían estado siempre advirtiendo que el pasado era necesario -un recurso. Lentamente, la máquina de la destrucción rechina hasta detenerse; se conservan algunas casuchas al azar sobre el lavado plano euclidiano, restauradas a un esplendor que nunca tuvieron...

9.3. A pesar de su ausencia, la historia es la mayor preocupación, incluso la mayor industria, de la Ciudad Genérica. En los terrenos liberados, alrededor de las casuchas restauradas, se construyen aun más hoteles para recibir a turistas adicionales en proporción directa a la borradura del pasado. Su desaparición no tiene influencia alguna en sus números, o quizás sólo sea una urgencia de último minuto. El turismo ahora es independiente del destino...

9.4. En vez de memorias específicas, las asociaciones que la Ciudad Genérica moviliza son recuerdos generales, recuerdos de recuerdos: si no moviliza todas las recuerdos al mismo tiempo, entonces por lo menos un resumen, memoria simbólica, un déja vu que nunca termina, memoria genérica.

9.5. A pesar de su modesta presencia física (Lipservice nunca tiene más de tres pisos de alto: ¿en homenaje/venganza a Jane Jacobs), condensa el pasado entero en un único complejo. La historia vuelve aquí no como farsa, sino como servicio: los comerciantes ataviados (sombreros divertidos, diafragmas desnudos, velos) representan voluntariamente las condiciones (esclavitud, tiranía, enfermedad, pobreza, colonia) -por las que su nación alguna vez fue a la guerra para abolirlas. Como un virus replicante, mundial, lo colonial parece la única e inagotable fuente de lo auténtico.

9.6. Calle 42: ostensiblemente, los lugares donde el pasado es preservado son en realidad los lugares donde el pasado más ha cambiado, es lo más distante -como si fuese visto a través del extremo equivocado de un telescopio- o incluso ha sido eliminado completamente.

9.7. Sólo la memoria de antiguos excesos es lo suficientemente fuerte como para cargar con lo insulso. Como si intentaran calentarse al calor de un volcán extinguido, los sitios más populares (entre los turistas, y en la Ciudad Genérica que los incluye a cada uno) son aquellos que una vez estuvieron más intensamente asociados con sexo y mala conducta. Inocentes invaden los antiguos refugios de proxenetas, prostitutas, vividores, travestis, y, en menor grado, de artistas. Paradójicamente, en el mismo momento en que la autopista de la información está a punto de entregar camionadas de pornografía en sus living rooms, es como si la experiencia de caminar sobre estas brasas recalentadas de transgresión y pecado los hiciese sentir especiales, vivos. En una era que no genera aura nueva, el valor del aura establecida se dispara hasta el cielo. ¿Caminar sobre estas cenizas será lo más cerca de la culpa que llegarán? ¿Existencialismo diluido a la intensidad de una Perrier?

9.8. Cada Ciudad Genérica tiene una costanera, no necesariamente con agua -también puede ser con desierto, por ejemplo- pero por lo menos hay un borde donde encuentra otra condición, como si una posición de escape cercano fuese la mejor garantía para su disfrute. Aquí los turistas se juntan en manadas alrededor de un racimo de puestos. Hordas de halcones triunfadores tratan de venderles los aspectos "únicos" de la ciudad. Las partes únicas de todas las Ciudades Genéricas juntas han creado un souvenir universal, un cruce científico entre Torre Eiffel, Sacre Coeur, y Estatua de la Libertad: un edificio alto (generalmente de entre 200 y 300 metros) ahogado en una pequeña bola de agua con nieve o, si está cerca del ecuador, copos dorados; diarios con cubiertas de cuero repujado; sandalias de hippie -aunque los verdaderos hippies sean rápidamente repatriados. Los turistas los acarician -nadie nunca ha sido testigo de una venta- y luego se sientan en exóticos comedores que se alinean en la costanera: éstos ofrecen la gama completa de la comida actual: picante: la primera y, a fin de cuentas, quizás la más confiable indicación de estar en otro lugar; patty: de carne de vaca o sintética; crudo: práctica atávica que será muy popular en el tercer milenio.

9.9. El langostino es la tapa definitiva. Con la simplificación de la cadena alimenticia -y las vicisitudes de la preparación- saben como muffins ingleses, es decir, a nada.



10. PROGRAMA

10.1. Las oficinas todavía están allí, en números más grandes que nunca, de hecho. La gente dice que ya no son necesarias. En cinco a diez años todos trabajaremos en casa. Pero entonces necesitaremos hogares más grandes, lo bastante grandes como para realizar reuniones. Las oficinas tendrán que ser convertidas en hogares.

10.2. La única actividad es comprar. Pero, ¿por qué no considerar el comprar como temporario, provisional? Espera tiempos mejores. Es nuestra propia falla -no pensamos en nada mejor que hacer. Los mismos espacios inundados de otros programas -bibliotecas, baños, universidades- serían fabulosos; estaríamos sobrecogidos por su grandeza.

10.3. Los hoteles se están convirtiendo en el alojamiento génerico de la Ciudad Genérica, su bloque edilicio más común. Antes solía serlo la oficina -lo cual por lo menos implicaba un llegar y un irse, asumida la presencia de otros edificios importantes en algún otro lugar. Los hoteles son ahora contenedores que, por la expansión y la intergridad de sus instalaciones , vuelven redundantes a casi todos los otros edificios. Haciendo incluso de centros comerciales, son lo más cercano que tenemos a una existencia urbana, estilo siglo XXI.

10.4. El hotel implica ahora encarcelamiento, arresto domiciliario voluntario; no hay otro lugar en competencia al cual ir; uno viene y se queda. Acumulativamente, describe una ciudad de diez millones, todos encerrados en sus cuartos; una especie de animación en reversa -densidad implosionada.



11. ARQUITECTURA

11.1. Cierren los ojos e imaginen una explosión de beige. En su epicentro salpica el color de los pliegues vaginales (no excitados), berenjena metálico-mate, tabaco-caqui, calabaza polvorienta; todos los autos camino a la blancura nupcial...

11.2. Hay edificios interesantes y aburridos en la Ciudad Genérica, como en todas las ciudades. Ambos remontan su ascendencia hasta Mies van der Rohe: la primera categoría a su irregular torre de Friedrichstadt (1921), la segunda a las cajas que concibió no mucho después. Esta secuencia es importante: obviamente, después de la experimentación inicial, Mies se decidió de una vez y para siempre contra el interés, a favor del aburrimiento. En el mejor de los casos, sus últimos edificios capturan el espíritu del trabajo inicial -¿sublimado, reprimido?- como una ausencia más o menos evidente, pero él nunca propuso otra vez proyectos "interesantes" como edificios posibles. La Ciudad Genérica prueba que estaba equivocado: sus arquitectos más atrevidos han tomado el desafío que Mies abandonó, al punto que ahora es difícil encontrar una caja. Irónicamente, este exuberante homenaje al Mies interesante demuestra que "el" Mies estaba equivocado.

11.3. La arquitectura de la Ciudad Genérica es hermosa por definición. Construida a una velocidad increíble, y concebida a un ritmo aun más increíble, cuenta con un promedio de 27 versiones abortadas por cada estructura realizada -aunque ése no es el término adecuado. Son preparadas en los 10.000 estudios arquitectónicos de los que nadie ha oído hablar nunca, cada uno vibrante de nueva inspiración. Probablemente más modestos que sus colegas reconocidos, estos estudios están conectados por una conciencia colectiva de que algo está mal en la arquitectura, algo que sólo puede ser rectificado a través de su esfuerzo. El poder de los números les da una espléndida y brillante arrogancia. Ellos son los que diseñan sin vacilación alguna. Ensamblan, a partir 1.001 recursos, con salvaje precisión, más riquezas de lo que ningún genio jamás pudo. En promedio, su educación ha costado 30.000 dólares, excluyendo transporte y vivienda. 23% han sido lavados y planchados en las universidades americanas Ivy League, donde han estado expuestos -por supuesto que por períodos muy cortos- a la elite bien pagada de la otra profesión, la "oficial". Se deriva que una inversión combinada total de educación arquitectónica que vale 300 mil millones de dólares ($300.000.000.000) ($30.000 [el costo medio] x 100 [el número promedio de trabajadores por estudio] x 100.000 [el número de estudios en el mundo]) está trabajando y produciendo Ciudades Genéricas en todo momento.

11.4. Los edificios que son complejos en su forma dependen de la industria del muro cortina, de pegamentos y selladores más eficaces nunca, que transforman cada edificio en una mezcla de camisa de fuerza y carpa de oxígeno. El uso de la silicona -"estamos estirando la fachada todo lo que se puede"- ha aplanado todas las fachadas; vidrio adherido a piedra, a hierro, a concreto, en una impureza de la era espacial. Estas conexiones aparentan rigor intelectual mediante la aplicación liberal de un compuesto espermático transparente que mantiene todo unido, más por la intención que por el diseño -un triunfo del pegamento sobre la integridad de los materiales. Como todo lo demás en la Ciudad Genérica, su arquitectura es lo resistente vuelto maleable, una epidemia del rendimiento, ya no a través de la aplicación de principios, sino a través de la sistemática aplicación de lo que no tiene principios.

11.5. Porque la Ciudad Genérica es en gran parte asiática, su arquitectura es generalmente climatizada; aquí es donde la paradoja del reciente cambio de paradigma -la ciudad ya no representa el desarrollo máximo sino que bordea el subdesarrollo- se vuelve más aguda: los brutales recursos por los que se obtiene el acondicionamiento universal imitan dentro del edificio las condiciones climáticas que algunas vez "sucedieron" afuera -tormentas repentinas, mini-tornados, brisas heladas en la cafetería, olas de calor, incluso niebla; un provincialismo de lo mecánico, vacío de materia gris en persecución de lo electrónico. ¿Incompetencia o imaginación?

11.6. La ironía es que, de esta manera, la Ciudad Genérica está en su punto más subversivo, más ideológico; eleva la mediocridad a un nivel más alto; es como la Merzbau de Kurt Schwitter a escala de ciudad: la Ciudad Genérica es una Merzcity.

11.7. El ángulo de las fachadas es el único índice confiable del genio arquitectónico: 3 puntos por inclinarse hacia atrás, 12 puntos por inclinarse hacia adelante, 2 puntos de castigo para los retiros edilicios (demasiado nostálgico).

11.8. La aparentemente sólida sustancia de la Ciudad Genérica es engañosa. El 51% de su volumen consiste en atrio. El atrio es un dispositivo diabólico por su capacidad de substanciar lo insubstancial. Su nombre romano es un garante eterno de clase arquitectónica -sus orígenes históricos hacen el tema inagotable. Acoge al habitante de las cavernas en su implacable provisión de confort metropolitano.

11.9. El atrio es espacio vacío: los vacíos son el bloque edilicio esencial de la Ciudad Genérica. Paradójicamente, su vacuidad asegura su propia corporeidad: inflar el volumen es el único pretexto para su manifestación física. Cuanto más completos y repetitivos sus interiores, menos se nota su repetición esencial.

11.10. El estilo elegido es el posmoderno, y siempre será así. El posmodernismo es el único movimiento que ha tenido éxito en conectar la práctica de la arquitectura con la práctica del pánico. El posmodernismo no es una doctrina basada en una lectura altamente civilizada de la historia arquitectónica sino un método, una mutación en la arquitectura profesional que produce resultados lo suficientemente rápido como para seguir el paso al desarrollo de la Ciudad Genérica. En vez de conciencia, como sus inventores originales pueden haber esperado, crea un nuevo inconsciente. Es el pequeño ayudante de la modernización. Cualquiera puede hacerlo -un rascacielos basado en la pagoda china y/o en un pueblo de montaña toscano.

11.11. Toda resistencia al posmodernismo es antidemocrática. Crea un envoltorio de "furtivo" en torno a la arquitectura que la hace irresistible, como un regalo navideño de beneficencia.

11.12. ¿Hay una conexión entre el predominio de espejo en la Ciudad Genérica -¿es para celebrar la nada a través de su multiplicación o un esfuerzo desesperado por capturar esencias que van camino a la evaporación?- y los "regalos" que, por siglos, fueron supuestamente los presentes más populares y efectivos para los salvajes?

11.13. Máximo Gorky habla en relación a Coney Island de "aburrimiento variado". Él claramente piensa el término como un oxímoro. La variedad no puede ser aburrida. El aburrimiento no puede ser variado. Pero la infinita variedad de la Ciudad Genérica está cerca, al menos, de hacer normal la variedad: banalizada, en una inversión de la expectativa, es la repetición lo que se ha vuelto inusual, por lo tanto, potencialmente atrevida, estimulante. Pero eso es para el siglo XXI.



12. GEOGRAFÍA

12.1. La Ciudad Genérica está en un clima más cálido que lo usual; está en camino al sur -hacia el ecuador-, lejos del lío que el norte hizo del segundo milenio. Es un concepto en estado de migración. Su destino final es ser tropical -mejor clima, gente más hermosa. Es habitada por aquellos a quienes no les gusta otro lugar.

12.2. En la Ciudad Genérica, la gente no es solamente más hermosa que sus pares, también tienen la reputación de tener un temperamento tranquilo, de ser menos ansiosos acerca del trabajo, menos hostiles, más agradables -prueban, en otras palabras, que hay una conexión entre arquitectura y comportamiento, que la ciudad puede hacer mejor a la gente a través de métodos aún no identificados.

12.3. Una de las características más potentes de la Ciudad Genérica es la estabilidad de su clima -sin estaciones, panorama soleado-; sin embargo, todos los pronósticos se presentan en términos de cambio inminente y deterioro futuro: nubes en Karachi. De lo ético y lo religioso, la cuestión de la catástrofe se ha movido hacia el dominio ineludible de lo meteorológico. El mal tiempo es casi la única ansiedad que flota sobre la Ciudad Genérica.



13. IDENTIDAD

13.1. Hay una calculada ¿? redundancia en la iconografía que adopta la Ciudad Genérica. Si mira hacia el agua, los símbolos referentes al agua se distribuyen sobre su territorio entero. Si es un puerto, entonces las naves y las grúas aparecerán bien tierra adentro. (No obstante, mostrar los contenedores mismos no tendría ningún sentido: no se puede particularizar lo genérico a través del Genérico.) Si es asiática, entonces aparecen mujeres "delicadas" (sensuales, inescrutables) en elásticas poses, sugiriendo sumisión (religiosa, sexual) por todas partes. Si tiene una montaña, cada folleto, menú, boleto, cartelera insistirá en la colina, como si nada menos que una tautología sin fisuras fuera a convencer. Su identidad es como un mantra.



14. HISTORIA

14.1. El lamento sobre la ausencia de historia es un reflejo ya agotado. Expone un consenso tácito en que la presencia de historia es deseable. Pero, ¿quién dice que ése sea el caso? Una ciudad es un plano habitado de la manera más eficiente por gente y procesos, y en la mayoría de los casos, la presencia de la historia sólo arrastra hacia abajo su rendimiento...

14.2. La historia presente obstruye la pura explotación de su valor teórico como ausencia.

14.3. A lo largo de la historia de la humanidad -para comenzar un párrafo a la manera americana- las ciudades han crecido a través de un proceso de consolidación. Los cambios se realizan en el acto. Las cosas son mejoradas. Las culturas florecen, decaen, reviven, desaparecen, son saqueadas, invadidas, humilladas, violadas, triunfan, renacen, tienen edades de oro, caen en silencio repentinamente -todo en el mismo sitio. Ésa es la razón por la cual la arqueología es una profesión del excavar: expone capa tras capa de civilización (es decir, ciudad). La Ciudad Genérica, como un boceto que nunca es elaborado, no es mejorada sino abandonada. La idea de layering, intensificación, terminación, le es extraña: no tiene ninguna capa. Su siguiente capa tiene lugar en alguna otra parte, ya sea en la puerta de al lado -que puede ser del tamaño de un país- o incluso por completo en otra parte. El arqueo-logo (= arqueología con más interpretación) del siglo XX necesita de ilimitados boletos de avión, no de una pala.

14.4. Al exportar/eyectar sus mejoras, la Ciudad Genérica perpetúa su propia amnesia (¿su único vínculo con la eternidad?). Su arqueología, por lo tanto, será la evidencia de su olvidar progresivo, la documentación de su evaporación. Su genio tendrá las manos vacías -no un emperador sin ropas sino un arqueólogo sin hallazgos, o incluso sin sitio.



15. INFRAESTRUCTURAS

15.1. Las infraestructuras, que se reforzaban y totalizaban mutuamente, están volviéndose cada vez más competitivas y locales; ya no pretenden crear totalidades que funcionen sino hacer girar ahora entidades funcionales. En lugar de red y de organismo, la nueva infraestructura crea enclave e impasse: no más grand récit sino el viraje parasitario. (La ciudad de Bangkok ha aprobado los planos para tres sistemas aéreos de metro en competencia para ir de A a B -que triunfe el más fuerte.)

15.2. La infraestructura ya no es una respuesta más o menos tardía a una más o menos urgente necesidad, sino un arma estratégica, una predicción: el puerto X no se agranda para servir a un hinterland de frenéticos consumidores, sino para matar/reducir las chances de que el puerto Y sobreviva al siglo XXI. En una sola isla, a la metrópolis meridional Z, aún en su infancia, se le "otorga" un nuevo sistema de subterráneo para hacer que la establecida metrópolis W en el norte luzca desmañada, congestionada, y antigua. La vida en V es suavizada para hacer la vida en U eventualmente insoportable.



16. CULTURA

16.1. Sólo lo redundante cuenta.

16.2. En cada huso horario, hay por lo menos tres representaciones de Cats. El mundo está rodeado por un anillo de Saturno de maullidos.

16.3. La ciudad era el gran coto de caza sexual. La Ciudad Genérica es como una agencia de citas: eficientemente combina oferta y demanda. Orgasmo en vez de agonía: hay progreso. Las posibilidades más obscenas se anuncian en la tipografía más limpia; la Helvética se ha vuelto pornográfica.



17. FIN

17.1. Imagínese una película de Hollywood sobre la Biblia. Una ciudad en algún lugar de Tierra Santa. Escena en el mercado: por derecha e izquierda, extras enfundados en trapos coloridos, pieles, togas de seda caminan en el cuadro gritando, gesticulando, girando sus ojos, iniciando peleas, riendo, rascando sus barbas, postizos que gotean pegamento, agolpándose hacia el centro de la imagen, agitando palos, puños, volteando puestos de ventas, pisoteando animales... La gente grita. ¿Vendiendo mercancías? ¿Anunciando futuros? ¿Invocando Dioses? Los monederos son arrebatados, los criminales perseguidos (¿o ayudados?) por la muchedumbre. Los sacerdotes rezan por la calma. Los niños se desbocan en una maraña de piernas y togas. Los animales ladran. Las estatuas son derribadas. Las mujeres chillan -¿amenazadas? ¿extáticas? La agitada masa se vuelve oceánica. Las olas rompen. Ahora apague el sonido -silencio, un alivio bienvenido- y ponga en reversa la película. Los hombres y mujeres ahora mudos, aunque visiblemente agitados, tropiezan de espaldas; el observador ya no registra sólo seres humanos sino que comienza a notar espacios entre ellos. El centro se vacía; las últimas sombras evacuan el rectángulo del cuadro de la imagen, probablemente quejándose, pero afortunadamente no las oímos. El silencio es ahora reforzado por el vacío: la imagen muestra puestos vacíos, algún escombro que quedó atrapado en la suela. Alivio... se acabó. Ésa es la historia de la ciudad. La ciudad ya no es. Ahora podemos salir de la sala de cine...

viernes, 19 de febrero de 2010

Prácticas ecosóficas... de Félix Guattari

Prácticas ecosóficas y restauración de la ciudad subjetiva

Quaderns d'arquitectura i urbanisme. Nº. 238. Ediciones Reunidas, SA / GRUPO ZETA, Barcelona 2003 (Ejemplar dedicado a: Hiperurbano), pags. 38-47


Félix Guattari




El ser humano contemporáneo está fundamentalmente desterritorializado. Sus territorios existenciales originarios –cuerpo, espacio doméstico, clan, culto ya no se asientan sobre un terreno firme, sino que se aferran a un mundo de representaciones precarias y en perpetuo movimiento. Los jóvenes que deambulan con un walkman pegado a la oreja sólo escuchan melodías producidas lejos, muy lejos, de su tierra natal. Además, ¿qué puede significar para ellos “su tierra natal”?. Seguramente no se trata del lugar donde reposan sus antepasados, donde vieron la luz y morirán. Ya no tienen antepasados; han ido a parar allí sin saber porqué y desaparecerán de la misma manera. Una codificación informática les “asigna una residencia” a partir de una trayectoria socio-profesional que los programa, unos en una posición relativamente privilegiada, otros en una de beneficiarios.

Hoy en día todo circula, la música, la moda, los eslóganes publicitarios, los gadgets, las sucursales industriales y, por tanto, todo parece permanecer en el mismo lugar, hasta el punto de que las diferencias se borran entre situaciones manufacturadas y dentro de los espacios estandarizados donde todo se ha vuelto intercambiable. Los turistas, por ejemplo, hacen viajes casi inmóviles, transportados en los mismos autocares, en las mismas cabinas de avión, duermen en las mismas habitaciones de hotel climatizadas y desfilan delante de monumentos y paisajes que ya han visto cientos de veces en los folletos y las pantallas de televisión. La subjetividad está amenazada por la petrificación. Se ha perdido el gusto por la diferencia, por lo imprevisto, por el acontecimiento singular. Los concursos televisados, el star system dentro del deporte, los espectáculos, la vida política actúan como drogas neurolépticas que previenen la angustia al precio de la infantilización, de la desrresponsabilización.


¿Hemos de lamentar la pérdida de las referencias estables del pasado? ¿Debemos desear una parada en seco de la historia? ¿Tenemos que aceptar como una fatalidad la vuelta a los nacionalismos, al conservadurismo, la xenofobia, al racismo y al integrismo? El hecho de que hoy en día notables sectores de opinión se vean atrapados por estas tentaciones no las hace menos ilusorias ni menos peligrosas. Sólo si se forjan nuevos territorios transculturales, transnacionales, transversalistas y universos de valor liberados de la fascinación del poder territorializado, se podrán encontrar salidas a la actual situación estancada del planeta. La humanidad y la biosfera juegan la misma partida, y el porvenir de las dos depende de la mecanosfera que las envuelve. En otras palabras, no podemos pretender recomponer una tierra humanamente habitable sin reformular las finalidades económicas y productivas, los planes urbanísticos y las prácticas sociales, culturales, artísticas y mentales. La máquina infernal de un crecimiento económico ciegamente cuantitativo, que no tiene en cuenta su impacto humano y ecológico y que además está situado bajo los exclusivos auspicios de la economía del beneficio y el neoliberalismo, debe dar paso a un nuevo tipo de desarrollo cualitativo que rehabilite la singularidad y la complejidad de los objetos del deseo humano. Esta concatenación de la ecología ambiental, de la científica, de la económica, de la urbana, y de las ecologías sociales y mentales la he bautizado con el nombre de ecosofía; no para englobar todos estos enfoques heterogéneos dentro de una misma ideología totalizadora o totalitaria, sino para indicar, muy al contrario, la perspectiva de una elección ética y política de la diversidad, del dissensus creativo, de la responsabilidad delante de la diferencia y la alteridad. Cada segmento de vida, al permanecer insertado en corrientes transindividuales que lo superan, es comprendido fundamentalmente en su unicidad. El nacimiento, la muerte, el deseo, el amor, la relación con el tiempo, el cuerpo, las formas vivas e inanimadas piden una mirada nueva, depurada, disponible. Esta subjetividad, que el psicoanalista y etólogo de la infancia Daniel Stern denomina el “yo emergente”2, la debemos regenerar constantemente. Reconquistar la mirada de la infancia y de la poesía en sustitución de la óptica seca y ciega al sentido de la vida del experto y el tecnócrata. No se trata de oponer la utopía de una nueva “Jerusalén celeste” como la del Apocalipsis, a las duras necesidades de nuestra época, sino de instaurar una “ciudad subjetiva” en el corazón mismo de estas necesidades, reorientando las finalidades tecnológicas, científicas y económicas, las relaciones internacionales (particularmente entre el Norte y el Sur) y la gran maquinaria de los medios de comunicación de masas. Deshacerse, pues, de un nomadismo falso que, de hecho, nos deja allí donde estábamos, en el vacío de una modernidad exangüe, para acceder a las líneas de fuga del deseo, a las que nos conducen las desterritorializaciones maquinales, comunicacionales, estéticas. Crear las condiciones para que emerja, con motivo de una reapropiación de los resortes de nuestro mundo, un nomadismo existencial tan intenso como el de los indios de la América precolombina o el de los aborígenes australianos.


2 Stern, D.: El mundo interpersonal del infante. Paidós, Psicología Profunda, 1991.


Esta nueva definición colectiva de la finalidad de las actividades humanas depende, en gran medida, de la evolución de la mentalidad urbana. Los prospectivistas predicen que, durante los próximos decenios, cerca del 80% de la población mundial vivirá en aglomeraciones urbanas. Cabe añadir que el 20% residual de la población “rural” dependerá igualmente de la economía y la tecnología de las ciudades. De hecho, la distinción ciudad/naturaleza se modificará profundamente, los territorios “naturales” asumirán gran cantidad de programas de habilitación turística, de ocio, de segundas residencias, de reservas ecológicas, de actividades industriales telemáticamente descentralizadas. Lo que quedará de naturaleza habrá de ser, entonces, objeto de tantas atenciones como el propio tejido urbano. En un sentido más general, las amenazas que pesan sobre la biosfera, el aumento demográfico mundial y la división internacional del trabajo conducirán a la opinión pública urbana a considerar sus problemas particulares sobre el trasfondo de una ecología interplanetaria. Pero, ¿es éste poder hegemónico de las ciudades necesariamente sinónimo de homogeneización, de unificación, de esterilización de la subjetividad? ¿Cómo se conciliará, en un futuro, con las pulsiones de singularización y reterritorialización que hoy en día sólo encuentran una expresión patológica a través del resurgimiento de los nacionalismos, los tribalismos y los integrismos religiosos?

Desde la más remota antigüedad, las grandes ciudades han ejercido su poder sobre el campo, las naciones bárbaras y las etnias nómadas (para el Imperio Romano, a un lado y otro del limes). Pero en esas épocas, la distinción entre civilización urbana y mundo no urbano se mantenía, en general, muy marcada, adoptando la forma de oposiciones de índole religiosa y política. Augustin Berque, por ejemplo, analiza muy agudamente la tendencia de la sociedad japonesa urbana tradicional a alejarse tanto del “bosque profundo y de sus quimeras” como de toda aventura mar adentro3. Pero los tiempos han cambiado: los japoneses no sólo han llevado su economía y su cultura a todo el mudo habitado, sino que además, sus alpinistas son los más numerosos, con diferencia, entre los que cada año escalan las pendientes del Himalaya.

La diferencia entre las ciudades ha tendido a desdibujarse a partir del siglo XVI, cuando se dio una verdadera proliferación de modelos de ciudad, de manera correlativa a la emergencia de los procesos de urbanización y equipamiento colectivo de las grandes entidades nacionales y capitalistas. Fernand Braudel4 ha estudiado, por ejemplo, la diversidad de las ciudades españolas. Granada y Madrid eran ciudades burocráticas, Toledo, Burgos y Sevilla, también y, además, eran centros de rentistas y artesanos; Córdoba y Segovia eran ciudades industriales y capitalistas; Cuenca era industrial y artesanal; Salamanca y Jerez agrícolas, y Guadalajara, clerical. Otras ciudades, fueron más bien militares, “ovejeras”, campesinas, marítimas, de estudio... Finalmente, la única manera de mantener unidas todas estas ciudades dentro de un mismo conjunto capitalista es


3 Berque, A.: Vivre l’espace au Japon. PUF, Paris, 1989.

4 Braudel, F.: La Méditérranéen. Armand Colin, 1966.


considerándolas como otros tantos componentes de una misma red nacional de equipamientos colectivos.

Hoy en día, esta red de equipamientos materiales e inmateriales se teje a una escala bastante más amplia. Y cuanto más planetaria se vuelve esta red, más se digitaliza, se estandariza, se uniformiza. De hecho, esta situación es el resultado de una larga migración de las ciudades-mundo –como las ha denominado Fernand Braudel- que consiguieron sucesivamente una preponderancia económica y cultural: Venecia, a mediados del siglo XVI, etc., son buenos ejemplos. Según este autor, los mercados capitalistas se desplegaron en zonas concéntricas a partir de centros urbanos que poseían aquellas claves económicas que les permitían captar la parte esencial de las plusvalías, mientras que hacia su periferia éstas tendían hacia un grado cero y los precios alcanzaban valores máximos como consecuencia de un aletargamiento de los intercambios. Esta situación de concentración del poder capitalista en una sola metrópolis mundial se ha visto profundamente alterada a partir del último tercio del siglo XX. Desde entonces, ya no se tratará de un centro localizado, sino de la hegemonía de un “archipiélago de ciudades” o, más exactamente, de subconjuntos de grandes ciudades conectadas por medios telemáticos e informáticos. Así pues, la ciudad-mundo de la nueva imagen del capitalismo mundial integrado se ha desterritorializado profundamente, y sus componentes se han diseminado sobre un rizoma multipolar urbano que abarca toda la superficie del planeta.

Observemos que, si esta configuración en la red planetaria del poder capitalista ha homogeneizado sus equipamientos urbanos y de comunicación, así como la mentalidad de sus élites, también ha exacerbado las diferencias de nivel de vida entre las zonas de hábitat. Las desigualdades ya no se producen necesariamente entre un centro y su periferia, sino entre pequeñas mallas urbanas sobreequipadas tecnológica e informáticamente, y entre zonas de hábitat mediocre para las clases medias y zonas, en ocasiones catastróficas, de pobreza. Ejemplos de ello los vemos en la proximidad de algunas decenas de metros entre los barrios ricos de Rio de Janeiro y las favelas, o en la contigüidad de un punto clave de las finanzas internacionales en uno de los extremos de Maniatan y las míseras zonas urbanas de Harlem o South Bronx, sin mencionar las decenas de millares de sin techo que ocupan las calles y parques públicos. En el siglo XIX todavía era frecuente que en los pisos más altos de los edificios viviera gente pobre, mientras que los demás pisos eran habitados por familias ricas. Por el contrario, hoy en día, la segregación social se afirma bajo una especie de encerramiento en guetos, como Sanya, en el corazón de Tokio, el barrio de Kamagasaki en Osaka o los suburbios desheredados de París. Algunos países del tercer mundo están incluso a punto de volverse equivalentes a los campos de concentración, o cuando menos, en zonas de asignación de residencia para una población a la cual se le prohíbe traspasar sus fronteras. Pero lo que hace falta remarcar es que, incluso hasta en los inmensos barrios de barracas del tercer mundo, las representaciones capitalistas encuentran la manera de infiltrarse mediante televisores, gadgets y drogas. La acomodación del amo y del esclavo, del pobre y del rico, del privilegiado y del subdesarrollo tiende a producirse conjuntamente en el espacio urbano visible y en

formaciones de poder y de subjetividad alienadas. La desterritorialización capitalista de la ciudad, sólo representa, pues, un estadio intermedio; se instaura sobre la base de la reterritorialización rico/pobre. Así, no se trata de aspirar a volver a las ciudades cerradas sobre sí mismas de la época medieval, sino, al contrario, de ir hacia una desterritorialización suplementaria, polarizando la ciudad hacia nuevos universos de valor que le concedan como finalidad fundamental una producción de subjetividad no segregadora y, no obstante, resingularizada, es decir, liberada de la hegemonía de la valorización capitalista centrada únicamente en el beneficio. Esto no quiere decir que necesariamente haga falta abandonar las regulaciones de los sistemas de mercado.

Es preciso admitir que la persistencia de la miseria no es una simple situación residual, sufrida más o menos pasivamente por las sociedades ricas. La pobreza es deseada por el sistema capitalista, que se sirve de ella como una palanca para controlar la fuerza de trabajo colectiva. El individuo está obligado a someterse a las disciplinas urbanas, a las exigencias de la condición de asalariado o de los rendimientos del capital. Está obligado a ocupar un lugar determinado en la escala social, sin el cual se hundiría en el abismo de la pobreza, de la asistencia social y, eventualmente, de la delincuencia. La subjetividad colectiva regida por el capitalismo se polariza dentro de un campo de valor: rico/pobre, autonomía/asistencia, integración/desintegración.

Pero, ¿es este sistema de valores hegemónico el único concebible? ¿El corolario indispensable de toda consistencia social? ¿No podemos prever la emancipación de otros modos de valorización (el valor de la solidaridad, el valor estético, el valor ecológico, etc.)? La ecosofía se centra, justamente, en un redespliegue de los valores. Otras motivaciones que no sean la atroz amenaza de la miseria han de ser capaces de promover la división del trabajo y la dedicación de los individuos a actividades socialmente reconocidas. Esta refundación ecosófica de las prácticas se ha de establecer de forma escalonada primero en los niveles más cotidianos, personales, familiares, de vecindad, hasta llegar a los retos geopolíticos y ecológicos del planeta. Debe cuestionarse la separación entre lo civil y lo público, entre lo que es ético y lo que es político, y reclamarse la redefinición de las formas colectivas de expresión, concertación y realización. No sólo llevará a “cambiar la vida”, como decía la contracultura de los años sesenta, sino a cambiar la manera de hacer urbanismo, educación, psiquiatría y política, así como la manera de gestionar las relaciones internacionales. No se trata, pues, de volver a concepciones “espontaneistas” o a una autogestión simplista, sino de combinar una organización compleja de sociedad y de la producción junto con una ecología mental y de relaciones interpersonales de un nuevo tipo.

Dentro de este contexto, el porvenir de la urbanización parece estar marcado por diversos rasgos, de implicaciones muy a menudo contradictorias:

1. -Un fortalecimiento del gigantismo, sinónimo de desarrollar las comunicaciones internas y externas, y de aumentar la contaminación que, con demasiada frecuencia, llega ya a niveles intolerables.

2.- Una constricción del espacio de la comunicación (que Paul Virilio denomina la “dromosfera”)5, a causa de una aceleración de la velocidad del transporte y de la intensificación de los medios de telecomunicación.

3.- Un fortalecimiento de las desigualdades globales entre las zonas urbanas de los países ricos y las de los del Tercer Mundo, y una acentuación de las diferencias en las ciudades entre los barrios ricos y los pobres, que no harán otra cosa que agudizar los problemas de seguridad personal y de bienes, la constitución de zonas urbanas relativamente incontroladas en la periferia de las grandes metrópolis.

4.- Un movimiento doble:

a) de fijación de la población a los espacios nacionales, con un control reforzado, en las fronteras y los aeropuertos, de la inmigración clandestina y con una política de limitación de la inmigración;

b) de una tendencia contraria al nomadismo urbano:

- nomadismo cotidiano, consecuencia de las distancias entre el lugar de trabajo y el hogar, que no han hecho sino aumentar, por ejemplo en Tokio, a causa de la especulación;

- nomadismo de trabajo, por ejemplo entre Alsacia y Alemania, o entre Los Ángeles, San Diego y México.

- presión nómada de las poblaciones del Tercer Mundo y de los países del Este hacia los países ricos.

Podemos pensar que, en el futuro, estos movimientos aquí cualificados de nómadas, se volverán cada vez más difíciles de controlar y serán una fuente de fricciones étnicas, racistas y xenófobas.

5.- Constitución de subconjuntos urbanos “tribalizados” o más exactamente centrados en una o en diversas categorías de población de origen extranjero (por ejemplo en Estados Unidos, los barrios negros, chinos, puertorriqueños, chicanos, etc.)

Algunas ciudades de gran crecimiento como México, que dentro de unos años llegará a los treinta millones de habitantes y que sufre una tasa récord de contaminación y de embotellamientos, parecen enfrentarse a obstáculos insuperables. Otras ciudades ricas, como por ejemplo en Japón, prevén movilizar enormes recursos para remodelar su configuración. Pero la respuesta a estas problemáticas sobrepasa, por lo que parece, el marco del urbanismo y de la economía, e involucra otros aspectos sociopolíticos, ecológicos y éticos.


5 Virilio, P.: Vitesse et politique. Galilée, Paris, 1977.


Las ciudades se han convertido en máquinas inmensas -”megamáquinas”, en palabras de Lewis Mumford-6, productoras de subjetividad individual y colectiva, mediante los servicios colectivos (educación, sanidad, control social, cultura, etc.) y los medios de comunicación de masas. No podemos separar los aspectos de infraestructura material, de comunicación, de servicio, de funciones, que podemos cualificar de existenciales. La sensibilidad, la inteligencia, el estilo interrelacional y hasta los fantasmas inconscientes están modelados por estas megamáquinas. De aquí la importancia que se instaure una transdisciplinariedad entre los urbanistas, los arquitectos y las demás disciplinas de las ciencias sociales, humanas y ecológicas. El drama urbano que se perfila en el horizonte de este fin de milenio es sólo un aspecto de una crisis mucho más profunda que amenaza el futuro de la especie humana en este planeta. Sin una reorientación radical de los medios y, sobre todo, de las finalidades de la producción, el conjunto de la biosfera se desequilibrará y evolucionará hacia un estado de incompatibilidad total con la vida humana y, en términos más generales, con toda forma de vida animal y vegetal. Esta reorientación implica un cambio urgente en la industrialización, especialmente de la química y la energética, una limitación del tráfico rodado o la invención de medios de transporte no contaminantes, la suspensión de las grandes deforestaciones... De hecho, lo que hace falta cuestionar es todo un espíritu de competencia económica entre los individuos, las empresas y las naciones.

Hoy por hoy, la actual concienciación ecológica sólo llega a una minoría de la opinión, por mucho que los grandes medios de comunicación comiencen a estar bastante sensibilizados por estos asuntos, a medida que se definen los riesgos. Pero aún estamos lejos de llegar a una voluntad colectiva operativa capaz de enfrentarse a los problemas y de influir en las instancias políticas y económicas que tienen el poder. Hay, por lo tanto, una especie de carrera entre la conciencia humana colectiva, el instinto de supervivencia de la humanidad y un horizonte catastrófico que augura el fin del mundo humano en el plazo de algunos decenios. Una perspectiva que hace que nuestra época sea a la vez inquietante y apasionante, ya que los factores éticos y políticos adquieren un cariz que jamás habían tenido en el curso de la historia.

No puedo dejar de señalar que la futura concienciación ecológica no debería conformarse con preocuparse por factores ambientales como la contaminación atmosférica, las previsibles consecuencias del calentamiento del planeta, la desaparición de numerosas especies, sino que también debería responder a la devastación ecológica relativa al campo social y al ámbito mental. Sin una transformación de la mentalidad y de las costumbres colectivas, sólo habrá medidas de “recuperación” del medio ambiental.

Los países del sur son las principales víctimas de este tipo de devastación, a causa del aberrante sistema que, hoy por hoy, preside los intercambios


6 Mumford, L.: La ciudad en la historia. Sus orígenes y transformaciones. Ediciones Infinito, Buenos aires, 1968.


internacionales. Por ejemplo, el control del catastrófico crecimiento demográfico que sufren la mayoría de ellos está vinculado, en gran parte, a su salida del marasmo económico, a la promoción de un desarrollo armonioso que sustituya los objetivos de un crecimiento ciego centrado únicamente en los beneficios. A la larga, los países ricos no sacarán ningún provecho de la política actual, pero, ¿cómo adquirirán conciencia del abismo al cual les abocan sus dirigentes? El miedo a la catástrofe, el terror del fin del mundo no son necesariamente los mejores consejeros. La proclamación de las masas alemanas, italianas, japonesas de la ideología suicida del fascismo, hace cincuenta años, sólo nos ha demostrado que la catástrofe llama a catástrofe en una especie de vértigo colectivo mortal.

Es, por lo tanto, primordial que un nuevo eje progresista, cristalizado alrededor de los valores positivos de la ecosofía, considere como una de sus prioridades remediar la miseria moral, la pérdida de sentido que va anulando cada vez más la subjetividad de las poblaciones desarraigadas, sin futuro, dentro de las mismas ciudadelas capitalistas. Haría falta describir el sentimiento de soledad, de abandono, de vacío existencial que invade los países europeos y los Estados Unidos. Millones de personas sin trabajo, millones de personas que necesitan asistencia llevan una vida desesperada dentro de unas sociedades cuya única finalidad es la producción de bienes materiales o culturales estandarizados, que no permiten la expansión ni el desarrollo de las capacidades humanas. Ya no podemos contentarnos con definir la ciudad en términos de espacialidad. La naturaleza del fenómeno urbano ha cambiado. Ya no es un problema entre otros. Es el problema número uno, el problema crucial de los retos económicos, sociales, ideológicos y culturales. La ciudad produce el destino de la humanidad, sus promociones así como sus segregaciones, la formación de élites, el porvenir de la innovación social, de la creación en todos los ámbitos. Asistimos demasiado a menudo al desconocimiento de la problemática de este aspecto global. Los políticos tienden a dejar estos asuntos en manos de los especialistas. No obstante, cabe señalar una cierta evolución. En Francia asistimos, bajo la presión de los ecologistas, tanto de derechas como de izquierdas, a una especie de recentramiento de la vida política en el nivel local urbano. Los debates en el Parlamento tienden a pasar a un segundo plano en relación con los retos que hay en las grandes ciudades y las regiones. Hay incluso, en estado latente, un inicio de rebelión de los concejales de Francia contra los estados políticos mayores concentrados en la capital. Pero sólo es una tímida evolución que más adelante podría llegar a alterar mucho más profundamente el conjunto de la vida política.

Uno de los motores importantes de las futuras transformaciones urbanas será la invención de nuevas tecnologías, sobre todo la conjunción entre lo audiovisual, la informática y la telemática. Resumimos lo que podemos esperar en un futuro próximo:

- la posibilidad de hacer desde casa los trabajos más diversos, unidos telemáticamente con diversos interlocutores;

- el desarrollo de la visiofonía en correlación con la síntesis de la voz humana, hecho que simplificará en gran medida el uso de teleservicios y bancos de datos, que tomarán el relevo de bibliotecas, archivos y servicios de información;

- la generalización de la teledistribución por cable o teléfono, que dará acceso a un gran número de programas en los campos de ocio, la educación, la formación, la información y las compras desde casa;

- el contacto inmediato con personas que estén de viaje alrededor del mundo;

- nuevos medios de transporte, no contaminantes, que combinen el transporte público con las ventajas del transporte individual (convoy integrado de transportes individuales, cintas transportadoras de gran velocidad, pequeños vehículos programados que circularán sobre lugares adecuados);

- una clara separación entre los niveles y los emplazamientos destinados al tráfico rodado y aquellos destinados a peatones;

- nuevos medios de transporte de mercancías (tubos neumáticos, cintas transportadoras programadas que permitan, por ejemplo, la entrega a domicilio).7 En cuanto a los nuevos materiales, las futuras construcciones permitirán un diseño cada vez más audaz, un atrevimiento arquitectónico mayor, indisolublemente vinculado a la lucha contra la contaminación y el ruido ambiental (tratamiento de aguas, residuos biodegradables, desaparición de los componentes tóxicos de la alimentación, etc.)

A continuación resumimos los factores que llevarán a poner cada vez más el acento sobre la ciudad como medio de producción de la subjetividad mediante nuevas prácticas ecosóficas:

1.- Las revoluciones informáticas, robóticas, telemáticas, biotecnológicas comportarán un crecimiento exponencial de todas las formas de producción de bienes materiales e inmateriales. Pero esta producción tendrá lugar sin crear un nuevo volumen de ocupación, como demuestra un excelente libro de Jaques Robin, Changer d'ere.8 En estas condiciones se produce una cantidad creciente de tiempo disponible y de actividad de ocio. ¿Qué haremos? ¿”Pequeños trabajos” insignificantes, como han imaginado las autoridades francesas? ¿O desarrollaremos nuevas relaciones sociales de solidaridad, de ayuda mutua, de vida vecinal, nuevas actividades de protección del medio ambiente, un nuevo concepto de cultura, menos pasivas delante del televisor, más creativas, etc.?

2.- Este primer factor se verá reforzado por las consecuencias del enorme crecimiento demográfico que se mantendrá, a escala planetaria, durante decenios, esencialmente en los países pobres, y que no hará otra cosa que


7 de Rosnay, Jöel: Les Rendez-vous du futur. Fayard, Paris, 1991.

8 Robin, Jaques: Changer d’ère. Le Seuil, Paris, 1989.


exacerbar la contradicción entre los países donde “suceden las cosas” en los ámbitos económicos y culturales, y los países del vacío, de la desolación y de la asistencia pasiva. También allí se planteará de forma acuciante la cuestión de la reconstrucción de las formas de socialización destruidas por el capitalismo, el colonialismo y el imperialismo. Se volverá a conceder un papel destacado, en este sentido, a formas renovadas de cooperación.

3.- En un sentido contrario, asistiremos a un pronunciado descenso demográfico en los países desarrollados (América del Norte, Europa, Australia, etc.). En Francia, por ejemplo, se constata que la tasa de fecundidad de las mujeres ha disminuido el 30% desde 1950. Esta inflexión demográfica es paralela a una verdadera descomposición de las estructuras familiares tradicionales (disminución del número de enlaces matrimoniales, crecimiento de emparejamientos fuera del matrimonio, aumento de los divorcios, desaparición progresiva de las relaciones de solidaridad familiar más allá del núcleo familiar inmediato, etc.). Este aislamiento de los individuos y de las familias nucleares no se ha compensado en ningún caso mediante la creación de nuevas relaciones sociales. La vida de la vecindad, la vida asociativa, sindical y religiosa sigue estancada y, en general, decrece, “compensada” por el consumo pasivo e infantilizador de los medios de comunicación de masas. Lo que subiste de la familia se ha convertido en un refugio, a menudo regresivo y conflictivo. El nuevo individualismo que se ha impuesto a las sociedades desarrolladas hasta el mismo corazón de las familias no es sinónimo de liberación social. En este sentido, los arquitectos, los urbanistas, los sociólogos, y los psicólogos tendrán que reflexionar sobre lo que podría ser una resocialización de los individuos, una reinvención del tejido social, entendiendo que, con toda probabilidad, no se producirá la vuelta a la recomposición de las antiguas estructuras familiares9, de las antiguas relaciones corporativas, etc.

4.- La expansión de las tecnologías de la información y del control permitirán considerar de manera distinta las relaciones jerárquicas existentes actualmente entre las ciudades y entre los barrios de una misma ciudad. Por ejemplo, hoy en día, París concentra más del 80% de las direcciones de empresas medianas y grandes que se encuentran establecidas por todo el territorio francés, mientras que la segunda ciudad de Francia, Lyon, ostenta menos del 3% del poder de decisión y ninguna otra ciudad alcanza el 2%. Las transmisiones telemáticas deberían permitir modificar este centralismo abusivo. Igualmente, podemos imaginar que en todos los ámbitos significativos de la vida democrática, particularmente en las categorías más locales, serán posibles nuevas formas de concentración telemática.

5.- Los sectores culturales y educativos, el acceso a una multitud de cadenas de cable, bancos de datos, cinematecas, etc. podrían abrir posibilidades de gran alcance, especialmente en el campo de la creatividad institucional.


9 Roussel, Louis: “L’avenir de la familla”, La recherche, nº 14. Paris, Octubre,1989.


Pero estas nuevas perspectivas sólo tendrán sentido si son guiadas por una verdadera experimentación social que conduzca a una evaluación y una reapropiación colectiva y que enriquezca la subjetividad individual y colectiva, más que el resultado de trabajar, como desgraciadamente ocurre demasiado a menudo con los medios de comunicación de masas actuales, hacia un reduccionismo, un serialismo, un empobrecimiento general de la “ciudad subjetiva”. Sugiero que, durante la aclaración de los programas de nuevas ciudades, de renovación de barrios antiguos o de reconversión de los viejos solares industriales, se establezcan contratos de investigación y experimentación social de envergadura, no sólo con investigadores en ciencias sociales sino también con cierto número de futuros habitantes y usuarios de estas construcciones, con el fin de estudiar lo que podrían ser nuevos modos de vida doméstica, nuevas prácticas de vecindad, educativas, culturales, deportivas, de atención a la infancia, a las personas mayores, a los enfermos, etc.

De hecho, los medios para cambiar la vida y crear un nuevo estilo de actividad, nuevos valores sociales, están a nuestro alcance. Sólo hace falta el deseo y la voluntad política de asumir este tipo de transformaciones. Estas nuevas prácticas afectan a los modos de utilización del tiempo liberado por el maquinismo moderno, a las nuevas maneras de concebir las relaciones con la infancia, con la condición femenina, con las personas mayores, las relaciones transculturales... Lo que ha de preceder a estos cambios es la toma de conciencia del hecho de que es posible y necesario modificar la situación actual, y que no hay nada que sea más urgente. Sólo en un clima de libertad y emulación se podrán experimentar los nuevos caminos del hábitat, y nunca a golpe de leyes y circulares tecnocráticos. Al mismo tiempo, esta suerte de remodelación de la vida urbana implica que se produzcan transformaciones en la división planetaria del trabajo y, particularmente, que numerosos países del Tercer Mundo dejen de ser tratados como guetos asistenciales. También es necesario que desaparezcan los antiguos antagonismos internacionales y que se siga una política general de desarmamento que permita transferir créditos considerables a la experimentación de un nuevo urbanismo.

Un punto en el que me gustaría insistir es el de la emancipación femenina. La reinvención de una democracia social implica, en gran medida, que las mujeres estén en condiciones de asumir todas sus responsabilidades en todos los niveles de la sociedad. La exacerbación, mediante la educación y los medios de comunicación de masas, de la diferencia psicológica y social entre lo masculino y lo femenino, que sitúa al hombre en un sistema de valores competitivo y a la mujer en una posición de pasividad, es sinónimo de un cierto desconocimiento de la relación con el espacio como lugar de bienestar existencial. También debe inventarse una nueva dulzura, una nueva manera de escuchar a los demás en su diferencia y singularidad. ¿Tendremos que esperar transformaciones políticas globales antes de emprender las revoluciones moleculares que han de concurrir para cambiar las mentalidades? Nos encontramos frente a un círculo de doble sentido: por un lado, la sociedad, la política, la economía no pueden evolucionar sin una mutación de la mentalidad, pero, por otro lado, la mentalidad sólo puede modificarse realmente si la sociedad experimenta un movimiento de transformación a nivel global.

La experimentación social a gran escala que preconizamos constituirá uno de los medios de salir de esta contradicción. Algunas experiencias logradas del nuevo tipo de hábitat tendrían consecuencias considerables para estimular una voluntad general de cambio. (Como se vio, por ejemplo, en el campo de la pedagogía, con la experiencia “iniciática” de Célestin Freinet, que reinventó totalmente el espacio de la clase escolar). Esencialmente, el objeto urbano es de una complejidad considerable y pide ser abordado con una metodología apropiada a esta complejidad.

La experimentación social aspira a especies particulares de extraños “atractores”, comparables con los de la física de los procesos caóticos. Un orden objetivo “mutante” puede nacer del caos actual de nuestras ciudades, así como también una nueva poesía, un nuevo arte de vivir. Esta “lógica del caos” pide fijar la máxima atención en las situaciones por su singularidad. Se trata de entrar en procesos de resingularización y de irreversibilidad del tiempo. Se trata, además, de construir, no sólo dentro de lo real, sino también dentro de lo factible, en función de las bifurcaciones que puedan emprenderse; construir dando oportunidades a las mutaciones virtuales que llevarán a las generaciones a vivir, sentir y pensar de una manera diferente a la actual, teniendo en cuenta las inmensas transformaciones, sobre todo de orden tecnológico, que se experimentan en nuestra época. Lo ideal sería modificar la programación de los espacios construidos según las mutaciones institucionales y funcionales que les reserva el futuro.

En este sentido, una reconversión ecosófica de las prácticas arquitectónicas y urbanísticas podría ser decisiva.

El objetivo moderno ha sido durante mucho tiempo el de un hábitat estándar, establecido a partir de unas pretendidas “necesidades fundamentales determinadas de una vez por siempre” Me refiero al dogma constituido por la denominada “Carta de Atenas” de 1933, que representa la síntesis de los trabajos del CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna), de la cual Le Corbusier dio una versión comentada al cabo de diez años, y que fue el credo teórico de diversas generaciones de urbanistas. Esta perspectiva de modernismo universalista está definitivamente caduca. Los artistas polisémicos, polifónicos, en que se han de convertir los arquitectos y los urbanistas, trabajan con un material humano y social que no es universal, con proyectos individuales y colectivos que evolucionan cada vez más deprisa y donde la singularidad -incluyendo la estética- debe actualizarse mediante una verdadera mayéutica que implique, especialemente, procedimientos de análisis institucional y de exploración de las formaciones subjetivas inconscientes.

En estas condiciones, el diseño arquitectónico y la programación urbanística han de ser considerados dentro de su movimiento, dentro de su dialéctica. Son llamados a convertirse en cartografías multidimensionales de la producción de la

subjetividad. Las aspiraciones colectivas cambian y cambiarán mañana cada vez más deprisa. Hace falta que la calidad de la producción de esta nueva subjetividad se convierta en la primera finalidad de las actividades humanas, y para poder conseguirlo, se precisa poner la tecnología apropiada a su servicio. Este recentramiento no es sólo, pues, responsabilidad de los especialistas, sino que pide la movilización de todos los integrantes de la “ciudad subjetiva”. El nomadismo salvaje de la desterritorialización contemporánea reclama una aprehensión “transversal” de la subjetividad que emerge, una captación que se esfuerce en articular puntos de singularidad (por ejemplo, una configuración particular del territorio o del medio, unas dimensiones existenciales específicas, el espacio visto por los niños, los disminuidos físicos o los enfermos mentales), una transformación funcional virtual (por ejemplo, innovaciones pedagógicas) mientras se fundamenta un estilo, una inspiración, que permitirá reconocer, a primera vista, la firma individual o colectiva de un creador.

La complejidad arquitectónica y urbanística encontrará su expresión dialéctica en unas tecnologías del diseño y de programación -con la ayuda, de ahora en adelante, del ordenador-, una expresión que no se cerrará sobre sí misma, sino que se articulará en el conjunto de la disposición enunciativa de la cual es objeto. El edificio y la ciudad constituyen tipos de objeto que son portadores de funciones subjetivas, de “objetividades-subjetividades” parciales.

Estas funciones de subjetivación parcial que nos presenta el espacio urbano no habrían de ser abandonadas al azar del mercado inmobiliario y las programaciones tecnocráticas, ni al gusto medio de los consumidores. Hace falta considerar todos estos factores, pero han de seguir siendo relativos. Requieren, mediante las intervenciones del arquitecto y del urbanista, ser elaborados e interpretados, en el sentido en que un director de orquesta hace vivir de una manera constantemente innovadora los phylums musicales. Esta subjetivación parcial tendrá, por un lado, tendencia a apegarse al pasado, a las reminiscencias culturales, a las redundancias que dan seguridad, pero, por otro lado, continuará a la espera de elementos de sorpresa, de innovación, en sus puntos de vista, dispuesta a ser un poco desestabilizadora.

Estos puntos de ruptura, estos espacios de singularización no pueden ser asumidos a través de los procedimientos de consenso y democráticos comunes.

Se trata, en resumen, de llevar a cabo una transferencia de singularidad entre el artista creador de espacios y la subjetividad colectiva. Así el arquitecto y el urbanista se encuentran atrapados, por una parte entre el nomadismo caótico de la urbanización descontrolada o únicamente regulada por instancias tecnocráticas y financieras, y, por otro lado, su nomadismo ecosófico, que se manifiesta a través de su peculiaridad diagramática. Sin embargo, esta interacción entre la creatividad individual y las múltiples constricciones materiales y sociales recibe una sanción de verdad: hay, en efecto, un salto a partir del cual el objeto arquitectónico y el objeto urbanístico adquieren su consistencia de enunciadores subjetivos: o se decide vivir o se continúa muerto.

La complejidad de la posición del arquitecto y del urbanista es extrema pero apasionante desde que tienen en cuenta su responsabilidad estética, ética y política. Inmersos en el consenso de la ciudad democrática, les corresponde guiar mediante el dibujo y el diseño las decisivas bifurcaciones del destino de la ciudad subjetiva.

O bien la humanidad, con su ayuda, reinventa su porvenir urbano o estará condenada a perecer bajo el peso de su inmovilismo, que hoy amenaza con convertirla en impotente delante de los extraordinarios retos que le plantea la historia.



Félix Guattari (1930-1992) psicoanalista y filósofo, miembro de la École freudienne de Paris y fundador de las revistas “Recherches” y “Chimères,” en la que apareció publicado por primera vez este texto. Es coautor junto a Gilles Deleuze de “El Antiedipo” y “Mil Mesetas”, coautor junto a Toni Negri, de “Las verdades nómadas” y autor de “Las tres ecologías”.