jueves, 31 de marzo de 2011

¿qué pudo pasarle al urbanismo?

¿QUÉ PUDO HABERLE PASADO AL URBANISMO?

Rem Koolhaas. S,M,L,XL pg. 959. Traducido por Consuelo Farías-van Rosmalen


Este siglo ha sido una batalla perdida con el tema de la cantidad.

A pesar de su promesa temprana, su frecuente ostentación, el urbanismo ha sido incapaz de inventar e implementar a la escala demandada por sus demográficos apocalípticos. En 20 años, Lagos [Nigeria] ha crecido de 2 a 7 a 12 a 15 millones; Estambul se ha duplicado de 2 a 12. China se prepara para multiplicaciones aún más asombrosas.

¿Cómo explicar la paradoja de que el urbanismo, como una profesión, ha desaparecido en el momento en que la urbanización en todos lados -después de décadas de constante aceleración- está e punto de establecer un definitivo, “triunfo” global de la condición urbana?

La promesa de los alquimistas del modernismo -de transformar cantidad en calidad a través de la abstracción y la repetición- ha sido un fracaso, un engaño: magia que no funcionó. Sus ideas, estéticas, estrategias están acabadas. Juntos, todos los intentos de hacer un nuevo comienzo sólo han desacreditado la idea de un nuevo comienzo. Una vergüenza colectiva en el despertar de este fiasco que ha dejado un cráter masivo en nuestro entendimiento de la modernidad y la modernización.

Lo que hace a esta experiencia desconcertante y (para los arquitectos) humillante es la persistencia desafiante y el vigor aparente de la ciudad, a pesar del fracaso colectivo de todas las agencias que actúan en ella o tratan de influenciarla -creativamente, logísticamente, políticamente.

Los profesionales de la ciudad son como jugadores de ajedrez que perdieron de las computadoras. Un piloto automático perverso constantemente más listo que todos los intentos de capturar la ciudad, agota todas las ambiciones de su definición, ridiculiza las afirmaciones más apasionadas de su fracaso presente e imposibilidad futura, guiándolas implacablemente más lejos en su vuelo hacia adelante. Cada desastre predicho es de alguna manera absorbido bajo el cobijo infinito de lo urbano.

Lo mismo que la apoteosis de la urbanización es evidentemente obvia y matemáticamente inevitable, una cadena de retaguardia, acciones y posiciones escapistas posponen el momento final del arreglo de cuentas de las dos profesiones anteriormente más implicadas en hacer ciudades -arquitectura y urbanismo. La urbanización penetrante ha modificado la condición urbana misma más allá de su reconocimiento. “La” ciudad ya no existe. Como el concepto de ciudad está distorsionado y estirado más allá de ningún precedente, cada insistencia en su condición primordial -en términos de imágenes, reglas, fabricación- irrevocablemente lleva vía la nostalgia a la irrelevancia.

Para los urbanistas, el redescubrimiento tardío de las virtudes de la ciudad clásica en el momento de su imposibilidad definitiva puede haber sido el punto de no regreso, momento fatal de desconexión, de descalificación. Ahora hay especialistas en dolor fantasma: doctores discutiendo los intrincamientos médicos de un miembro amputado.

La transición de una posición anterior a una estación reducida de relativa humildad es difícil de ejecutar.

El descontento de la ciudad contemporánea no ha llevado al desarrollo de una alternativa creíble; ha, por el contrario, inspirado solamente formas más refinadas de articular el descontento. Una profesión puede persistir en sus fantasías, su ideología, su pretensión, sus ilusiones de involucramiento y control, y es por tanto incapaz de concebir nuevas modestias, intervenciones parciales, realineamientos estratégicos, posiciones comprometidas que puedan influir, redirigir, triunfar en términos limitados, reagrupar, empezar de lo raspado incluso, pero nunca restablecerá el control.

Debido a que la generación de Mayo ‘68 -la generación más grande que fue jamás, atrapada en el “narcisismo colectivo de una burbuja demográfica”- está ahora finalmente en el poder, se está arriesgando a pensar que es responsable por la muerte del urbanismo -el estado de las cosas en el cual las ciudades ya no pueden ser hechas- paradójicamente porque ella redescubrió y reinventó la ciudad.

Sous le pavé, la plage [bajo el pavimento, la playa]: inicialmente, Mayo ‘68 lanzó la idea de un nuevo comienzo para la ciudad. Desde entonces, hemos estado comprometidos en dos operaciones paralelas: documentar nuestro abrumador temor reverente por la ciudad existente, desarrollando filosofías, proyectos, prototipos para una ciudad preservada y reconstituida y, al mismo tiempo, burlarnos del campo profesional del urbanismo fuera de existencia, desmantelándolo en nuestro desdén por aquellos que planearon (e hicieron enormes errores de planeación urbana) aeropuertos, Nuevos Poblados, ciudades satélite, súper carreteras, edificios de gran altura, infraestructuras, y toda la demás lluvia radioactiva de la modernización. Después de sabotear al urbanismo, lo hemos ridiculizado, hasta el punto en que departamentos enteros de universidades están cerrados, oficinas en bancarrota, burocracias despedidas o privatizadas. Nuestra “mundanería” esconde síntomas graves de cobardía centrada en la simple cuestión de tomar posiciones -tal vez la acción más básica en hacer la ciudad. Somos simultáneamente dogmáticos y evasivos. Nuestra sabiduría amalgamada puede ser fácilmente caricaturizada: según Derridá nosotros no podemos ser el Todo, según Baudrillard nosotros no podemos ser Reales, según Virilio no podemos estar Ahí. “Exiliados al Mundo Virtual”: argumento para una película de horror.

Nuestra presente relación con la “crisis” de la ciudad es profundamente ambigua: aún culpamos a otros de una situación por la cual tanto nuestra incurable idea utópica como nuestro desdén son responsables. A través de nuestra relación hipócrita con el poder -desdeñosa aunque ambiciosa- desmantelamos una disciplina entera, nos cortamos de lo operacional y condenamos a poblaciones enteras a la imposibilidad de codificar civilizaciones en sus territorios -el tema del urbanismo.

Ahora nos quedamos con un mundo sin urbanismo, solamente arquitectura, siempre más arquitectura. La destreza de la arquitectura es su seducción; define, excluye, limita, separa del “resto” -pero también consume. Explota y agota los potenciales que pueden ser generados finalmente sólo por el urbanismo, y que sólo la imaginación específica del urbanismo puede inventar y renovar.

La muerte del urbanismo -nuestro refugio en la seguridad parasitaria de la arquitectura- crea un desastre inminente: más y más sustancia está injertada en raíces hambrientas.

En nuestros momentos más tolerantes, nos hemos rendido a la estética del caos –“nuestro” caos. Pero en el sentido técnico caos es lo que pasa cuando nada pasa, no algo que puede ser construido o comprendido; es algo que se infiltra; no puede ser fabricado. La única relación legítima que los arquitectos pueden tener con el tema del caos es tomar su justo lugar en el ejército de aquellos devotos a resistirlo, y fallar.

Si es que va a haber un “nuevo urbanismo” este no estará basado en las fantasías gemelas de orden y omnipotencia; será el andamiaje de la incertidumbre; ya no estará interesado en el arreglo de objetos más o menos permanentes sino con la irrigación de territorios con potencial; ya no ambicionará configuraciones estables sino la creación de campos habilitados que alojen procesos que rehúsen ser cristalizados en una forma definitiva; ; ya no será más sobre definiciones meticulosas, imposición de límites, sino acerca de nociones expansibles, fronteras contradichas, no acerca de separar e identificar entidades, sino acerca de descubrir híbridos innombrables; ya no estará obsesionado con la ciudad sino con la manipulación de infraestructura para interminables intensificaciones y diversificaciones, atajos y redistribuciones -la reinvención del espacio psicológico. Ya que lo urbano es ahora penetrante, el urbanismo nunca volverá a ser sobre lo “nuevo”, sólo acerca de lo “más” y de lo “modificado”. Ya no será acerca de lo civilizado, sino acerca de lo subdesarrollado. Desde que está fuera de control, lo urbano está a punto de convertirse en un vector mayor de la imaginación. Redefinido, el urbanismo no sólo, o en su mayor parte, será una profesión, sino una forma de pensar, una ideología: aceptar lo que existe. Estábamos haciendo castillos de arena. Ahora nadamos en el mar que los desbarató.

Para sobrevivir, el urbanismo tendrá que imaginarse una nueva novedad. Liberado de sus deberes atávicos, el urbanismo redefinido como una manera de operar en lo inevitable atacará a la Arquitectura, invadirá sus trincheras, la sacará de sus bastiones, socavará sus certezas, explotará sus límites, ridiculizará sus preocupaciones con materia y sustancia, destruirá sus tradiciones, descubrirá a sus profesionales.

El aparente fracaso de lo urbano ofrece una oportunidad excepcional, un pretexto para la frivolidad Nietzscheana. Debemos imaginarnos 1,001 otros conceptos de ciudad; debemos tomar riesgos insanos [locos]; tenemos que atrevernos a ser totalmente incondicionales; tenemos que tragar profundamente y otorgar el perdón a diestra y siniestra. La certeza del fracaso tiene que ser nuestro gas / oxígeno hilarante; la modernización nuestra droga más potente. Ya que no somos responsables, nos tenemos que volver irresponsables. En un paisaje de creciente conveniencia y temporalidad, el urbanismo ya no es o ya no tiene que ser la más solemne de nuestras decisiones; el urbanismo puede aligerarse, volverse una Gaya Ciencia - Urbanismo Lite.

¿Qué ocurriría si simplemente declaramos que no hay crisis -redefinimos nuestra relación con la ciudad no como sus hacedores sino como sus meros sujetos, como sus partidarios?

Más que nunca, la ciudad es todo lo que tenemos. 1994.

No hay comentarios:

Publicar un comentario